VI

La luna arriba, en la noche de mayo, como un agujero redondo y luminoso en la tiznada carpa celestial, que protegía el destino de aquellas gentes festivas. La Peña de los Cruzados se abrió paso hasta el tablao irrumpiendo como estampida de búfalos en celo para coger posiciones y empezar el baile. La multitud se agolpó al ver aparecer a aquella cuadrilla tan esperpéntica y, conocedora de las andanzas populares de los que la componían, se apresuró a ver un espectáculo barato. Las autoridades y demás miembros de la tribuna se pusieron en pié.
El Abocho comienza a rasguear el instrumento, el Cancanica, Muelas de Pavo, y el Tiritaño se agarran a hacer palmas, mientras Joseíco Barriguera se echa a cantar. El Higobombo dale que dale al tambor, los demás a coro gritando ¡1ole, ole y ole!, y el Cardenal que sale a bailar como una loca al tablao con Juanico Pejiguera.
La concurrencia aplaude entre risas, hay vítores y complacencia, olés y gritos de torero, torero. La muchedumbre se divierte, el pueblo es sabio, ya se sabe. Y los Cruzados cantan:

Ni el alcalde Barreiro
ni el Juez Ribeiro
ni el teniente Ovejero
se ríen, salerito, como yo quiero.


-¡Ole!,¡Arsa!, ¡Y vamos con la segunda! -gritan a coro-. Los Cruzaos se van, se van de cruces, mientras otros tan sólo, se dan de bruces.
Claro que no a todos sienta igual de bien aquello.
-¡Inmoralidad pública! ¡Desacato, desacato! -grita el juez Pepe Ribiero.
-¡Que los detengan! -secunda el alcalde.
-¡A mí la Brigada Azul! -tercia el cabo de la policía municipal en turno de noche Manuel el Pichaveneno.
-¡Unidad móvil, unidad móvil! -chilla Nuria Nogal mientras Ángel Montero se desmaya.
En una rápida acción propia de policías osados y atrevidos, el municipal José López el Caliche, se planta en mitad del tablao apuntando con una pistola que sujeta entre sus dos manos. La gente grita y se queda a ver qué pasa.
-¡Quieto, tú! El de la peineta. Porque como no t'estés quieto te viá pegá tres tiros en la niña del ojo pa que no seas tan chulo y aluego te voya llevá a comisaría a que te hagan cosquillas.
Parada la música, derrotados los Cruzados, las autoridades se acercan al lugar de los hechos.
-¡¿Documentación?! -Inquiere el cabo de la policía.
-Sabed malandrines y follones que yo soy don Luis Antonio de Belluga y Moncada, fundados de pueblos, creador del pósito de labradores y del Colegio san Luis de Gonzaga, ¿quiénes sois vos para osar plantaros ante mí sin la debida reverencia?
Fueron sus últimas palabras porque el magistrado de primera instancia e instrucción, Pepe Ribeiro, lo acusó por los cargos de indocumentación, inmoralidad pública, desacato a su ilustre persona, resistencia a la autoridad, escándalo gratuito, terrorismo del arte, indecencia notaria, mal gusto por llevar medias a rayas moradas y blancas y por travestismo elocuente y mal disimulado. Los Cruzados fueron a parar al arresto municipal, donde hicieron compañía el resto de la noche a Antoñico Bebeteotro y el Cardenal Belluga fue condenado a permanecer en su pedestal per secula seculorum.

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