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Juan desde el comedor resbala el cubilete sobre la mesa: (Ful de ases-damas! Hace una pantomima con la mano, un dibujo en la atmósfera cargada de humo y vuelve a jugar. Antonio llega de lejos, desde su habitación al final del pasillo, viene de convencer a su estudiante que mañana será un buen día para estudiar. Fanfarronea, se ríe con Juan, juega a hacerse el importante y el Guti se sienta a su lado mientras engulle media barra de pan con mortadela. Otra llamada hacia el interior, pero esta vez con enfado por parte de Juan: (Venga ya que te estamos esperando! Ya, ya voy, coño. Pero es que en realidad no tienes ganas de salir para aceptar la situación y dejar amontonados los problemas amorosos y otros problemas, y vuelves a la isla: un muro de piedra y la luz del neón reflejándose blanquecina en las comisuras de tus labios tristes y callados como un pájaro en la noche. Mis manos jadeando en tu cuerpo bajo el mirar pétreo de la iglesia mora y la luna estacionada en tu pupila izquierda. Mi voz hablándote de cosas insolentes. Mis labios expiraron. Tomaron lentamente el borde de tus labios. Amaron el cielo de tu boca, se hundieron hasta ahogarse en el lago de tu saliva. Tus ojos se cerraron y sucumbimos en una noche oscura donde nuestras bocas huérfanas hicieron el silencio en un instante largo. Mi lengua hizo un dibujo en tu boca. Tu boca trémula amparó mi exiliado labio y tu lengua parpadeó despacio. Mis brazos estrecharon con firmeza tu cuerpo. En lo profundo de tu boca estabas tú y mi vida se detuvo un instante en ese beso lábil, en el sabor a tabaco de tu boca, en la respiración de tus pechos flotantes. Resbalé mi mano por tu espalda y la acerqué a tu seno. Levantaste tus párpados y me miraste como en un sueño.

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