Cuentos minúsculos

Epidemia

Era un ser tan aprehensivo que tras conocer, por las noticias, la propagación del virus de la gripe porcina, no admitió más comentarios en su blog que provinieran de México.



Borrado de memoria

Funes el Memorioso un día visitó al doctor quien, tras un completo reconocimiento, le diagnosticó hipertrofia de la memoria eidética. Un tratamiento de choque acabó con su enfermedad y Borges hubo de borrar su cuento.



Certamen

Soñó con ser el ganador del concurso y al despertar supo que él era el premio.



Ignorado

Después de hablar largo tiempo solo notó que nadie le escuchaba.



*

Vivió libre, sin paréntesis. No hubo forma que encontrara una nota que le llamara la atención.



Plagio

Fiel a su estilo no hizo otra cosa que copiarse a sí mismo. Fue denunciado por la sociedad de autores.



Familia lectora

Poseía una gran biblioteca en la que pasaba muchas horas. Se encerraba rodeado de libros para empaparse de sus conocimientos como en un proceso osmótico. Un día desapareció dentro de ella. Desde entonces, la búsqueda de su familia es exhaustiva en el estómago de cada página escrita.



Relator

Presentó su obra a un concurso de relatos sobre depilación láser y fue descalificado por no tener un pelo de tonto.




Alcoholismo

Embriagado de palabras vomitó una novela.




Conclusión

Siempre le gustaba decir la última palabra y ese fue su fin.



Antípodas

Las dos últimas personas que habitaban la Tierra estaba cada una al otro lado del planeta. Las dos comenzaron a viajar en la misma dirección en busca del remitente de un email que quería dejar de estar solo.


Borrado

Comencé a escribir este comentario y lo tuve que borrar porque me pareció tan horrible la idea de avanzar por el reglón imaginario de la pantalla del ordenador que sentí vergüenza propia de lo escrito y avance en sentido inverso a la escritura con la tecla ‘Supr’ hasta que todo se quedó en blanco como ahora



Pájaro imperial

El poeta saludó: «ave césar». Y el emperador voló.



Sublimación de la ternura

Había una lágrima en tu mejilla que, al rodar, cristalizó.



Rotación

Facundo no dio la vuelta al mundo sólo giró sobre sí mismo.



Mendigo

Aquel hombre sentado en el suelo de una calle céntrica, mugriento y pedigüeño, no quería dinero. Escrito a mano, con trazos de ansiedad, sobre un trozo de cartón se podía leer: dame tiempo.

Minificciones


Hiperhidrosis narrativa

Lo escribía todo al pie de la letra y, en consecuencia, los suyos eran unos textos muy sudados.



Paranomasia

El Flautista de Hamelin hizo sonar su flauta y todas las erratas le siguieron hasta ahogarse en el río de los correctores. Y nunca más hubo textos con errores. 



Concierto de nada

Pasó una melodía y le arrancó el alma. Desde entonces un concierto de silencios corona su corazón.



Desperezada

Al despertar comprobó que esa noche había perdido su bostezo. Sus amaneceres, desde entonces, carecieron de fuerza para expulsar el hálito dañino de los malos sueños.



Rectitud

Te voy a poner más derecho que una vela —le dijo la mamá mientras lo doblaba a zapatillazos.



Idus de marzo

A pesar de cuidarse con esmero de los Idus de marzo la daga de Servilio Casca no pudo evitar cortar el cuello de Julio César.



Entrega a domicilio

Era un paquete de células, hormonas, humores y otras piezas materiales. Lo fue ensamblando día a día, con amor con entusiasmo, hasta que le creció una hija sin saberlo.



Tareas domésticas

Ninguna arruga arruinaría su vida. Junto a las sábanas de hilo y la ropa interior de algodón tenía planchado a su nuevo maridito.



Desengaño

Quiso saber qué había después de la eternidad. Miró en el reflejo de su divinidad y halló la inexistencia.



Primer candor

La primera inocencia descubierta fue que ir a ver el cine de las sábanas blancas era ir a la cama a dormir. Sin embargo, a pesar del enfado, era ir al cinematógrafo de los sueños.



Decepción 

Al final del túnel no hubo luz.



Historias de náufragos

Comenzamos a nadar, lentamente. Si darnos cuenta nos alejamos de la orilla. Ya distantes y apartados de la luz de Alejandría, aferrado el uno al otro, zozobramos y nos ahogó el amor.

Cortazianas



Apoyaba mi barbilla en el cañón del CETME cuando el parte me sorprendió en una garita, mientras hacía guardia, y me revoleó contra la pared. Fuera llovía con la mansitud que sólo puede hacerlo en Galicia, donde la acuosidad es tristísima y delectante. Dentro de mí también, igual, comenzó a llover y no escampió en muchos días.
Aún era de noche pero sabía que amanecería en poco rato y, entonces, el día tendería a empeorar dado el espesuramieto de la noticia que la radio había dejado en mis oídos. Lentamente el paisaje urbano comenzó a metalizarse de azul. 
Era mi última guardia. Al salir fui a mojar las magdalenas en la tristeza de aquel desayuno de febrero antes de ir al barracón. En el cuerpo de guardia aflojé el cinturón y dejé las municiones y el fusil en la armería como quien deja media alma en su camino. Al llegar la camareta estaba vacía. Vacía inoportuna y ofensivamente. Se me cuajaron los claros de los ojos como quien llora pero sin lagrimear y comencé a escuchar un murmullo de voces en la soledad de la sala. La luz saltaba desde la calle general Alesón como queriéndose comer la húmeda penumbra. Fuera, la mañana llúvida aceleraba su ritmo de vida urbana y niños volantones iban a la escuela aferrados a sus madres. 
En Argentina engrupir significa hacer creer una mentira. Eso quizás fue lo que pasó en el boletín informativo del 12 de febrero de 1984, rumié pensante, mientras hacía el cambió de guardia. Su muerte era una falacia porque los inmortales nunca fenecen. Morimos nosotros antes los acontecimientos que nos aconseja nuestra funda existencial de mortales, igual que los gusanos de seda que abandonan su ovillo vital y se transforman en sueño alado. El belgicano continuaría con su gargarizar de erres, flaco y barbado auditor de jazz. Una fama y un cronopio marcharon, cogidos de la mano, a coleccionar palabras heterogramas.
Años más tarde me senté sobre una fría lápida de mármol blanco que cubrían rosas marchitas en Montparnasse. Encendí un cigarrillo y decidí contarle lo mal que lo pasé en aquella última guardia. Sé que me escuchó no más.