Genómica




Decidieron reproducir su ADN a partir de una muestra su cadáver para recuperar el genio de su escritura. Al abrir la tumba del cementerio de Montparnasse no encontraron los restos de Cortázar. En su lugar sólo había varios montones de palabras.



Dadivosidad




Cada vez que pasaba por aquella boca de metro escupía en el sombrero vacío del pedigüeño. Harto el mendigo de ver el gesto repetido, un día le preguntó por qué lo hacía. «Yo al menos te regalo mi desprecio, el resto nada.»




Acorralado




─¡Abuela!, que dicen los científicos que tienen acorralado al bosón de Higgs.
─(…)
─No, no ha hecho nada pero llevaban muchos años buscándolo.

Mi abuela se durmió una mañana hace casi treinta años pero cuando tengo una conversación interesante me gusta hablarla con ella, es mi mejor interlocutor.


El precio del oro




El rey Midas continuó transformando en oro todo lo que tocaba. Hasta tal punto hubo abundancia de este metal que su valor se depreció y llegó a valer como el hierro viejo.



Declinaciones




Este niño sabe hablar latín ―defendió la madre muy ufana―, lo que llevó al profesor a preguntar al pequeño de cuatro años sobre el ablativo singular de la tercera declinación del verbo saber.



Intervención quirúrgica




Entró en el quirófano con toda la ilusión del mundo. Lo iban a operar de los malos pensamientos. Pero el cirujano se equivocó y le extrajeron las ideas más peregrinas. Desde entonces su única lectura es el Boletín Oficial del Estado.



Imágenes literarias




Su miopía como escritora le impedía ver bien las imágenes. Metáforas, metonimias y tropos, los encajaba en brumosas frases que sus lectores entendían como plasmación de una escritura hermética.



Primicia




El alquimista ofreció una conferencia de prensa para desmentir que su cometido fuera el de transmutar metales en oro. “Buscamos la Piedra Filosofal para licuar el tiempo y sublimar los sentimientos hasta hacerlos cristalizar”, dijo. Y luego desapareció.



El tendero de las palabras




La primera vez que me fijé en él lanzaba piropos a un grupo de jovencitas que pasaba frente a su tienda de ultramarinos. En la puerta había colocada una pizarra sostenida sobre una especie de atril de patas cortas. Escrito con tiza, junto al precio del pan, las patatas y el azúcar, se podía leer: «no hay sábado ni mocita sin amor».
El descubrimiento fue una licencia para mi curiosidad y mi imaginación de niño. Cada vez que tenía ocasión volvía a pasar por la calle donde reglaban frases ingeniosas, las mismas que procuraba memorizar para después comentarlas a mis amigos.
Un día tuve que entrar a comprar un kilo de garbanzos para cumplir con un encargo de mamá. El tendero, prodigioso para mí, me agasajó con algunas bromas y me despachó las semillas. Dijo: «un kilo de legumbres y cuarto y mitad de adjetivos para estos garbanzos tiernos y jugosos».
Entonces bajó un bote de cristal lleno de trocitos de papel blanco que estaba colocado en uno de los estantes, entre las latas de conservas, y me lo dio junto con el paquete de garbanzos. «Toma, un regalo», me dijo, mientras pensaba que mejor me hubiera dado un caramelo.
Al salir del comercio, intrigado, desdoblé el papel y dentro estaba escrita una palabra: obnubilar.


Epistolaria




Remití una carta cuyo destinatario era yo mismo. Cuando recibí la misiva me sacudió la impresión de que me escribía un extraño. Y la devolví sin leerla.


Clientela




El camarero estaba a punto de cerrar el bar tras una larga jornada de más de doce horas. Un hombre entró y le pidió la última copa. Le salió gratis.



Genómica




Decidieron reproducir su ADN a partir de una muestra su cadáver para recuperar el genio de su escritura. Al abrir la tumba del cementerio de Montparnasse no encontraron los restos de Cortázar. En su lugar sólo había varios montones de palabras.


Dadivosidad




Cada vez que pasaba por aquella boca de metro escupía en el sombrero vacío del pedigüeño. Harto el mendigo de ver el gesto repetido, un día le preguntó por qué lo hacía. «Yo al menos te regalo mi desprecio, el resto nada.»



El precio del oro




El rey Midas continuó transformando en oro todo lo que tocaba. Hasta tal punto hubo abundancia de este metal que su valor se depreció y llegó a valer como el hierro viejo.



Declinaciones




Este niño sabe hablar latín ―defendió la madre muy ufana―, lo que llevó al profesor a preguntar al pequeño de cuatro años sobre el ablativo singular de la tercera declinación del verbo saber.



Atrapado en el tiempo




Avanzó en la lectura del relato hasta perderse en la maraña de palabras, algo que le obligó a recomenzar la narración. Avanzó en la lectura del relato hasta perderse en la maraña de palabras, algo que le obligó a recomenzar la narración.


Reflejo socrático




Cuando Sócrates se miraba en el espejo solía decir: «si sólo sé que no sé, cómo sé que quien me ve en el espejo sabe que soy yo.»



Imágenes literarias




Su miopía como escritora le impedía ver bien las imágenes. Metáforas, metonimias y tropos, los encajaba en brumosas frases que sus lectores entendían como plasmación de una escritura hermética.



Primicia




El alquimista ofreció una conferencia de prensa para desmentir que su cometido fuera el de transmutar metales en oro. “Buscamos la Piedra Filosofal para licuar el tiempo y sublimar los sentimientos hasta hacerlos cristalizar”, dijo. Y luego desapareció.


Viaje en tren

Luz Clarita le dijo: «hay gente que entiende el amor como si se tratara de un viaje en el Transiberiano. En cambio para otros es un trayecto entre una estación y la siguiente». Se despidió y se bajó en la primera parada.

Vendedor ambulante




En la confluencia de la calles de Saint-Denis y Etienne Marcel de París, un hombre ciego vende relojes con la esfera vacía.
Cuando le preguntan por qué los relojes no tienen números ni manecillas contesta que porque el tiempo es como un espejo sin fondo.


Castillo de naipes




Lu-Chi Ai-ti acudió al gran maestro para que le aconsejara sobre las adversidades que el destino, a veces, depara.
–Sabio anciano –interpeló–. Si después de colocar con trabajo y esmero cada pieza importante de mi vida, el infortunio se empeña en derribarlo todo como si fuera un castillo de naipes, ¿debo abandonar toda empresa y rendirme a la indolencia?
El anciano lo miró, extendió sus manos y cerró sus párpados. Permaneció callado durante un tiempo que a Lu-Chi le pareció eterno. Luego dijo:
–No eres tú quien contiene a la existencia dada sino ella quien te contiene a ti. Tú eres ese destino que se derrumba en un instante y quien al acto debe levantarse. No te abandones a la suerte porque tú eres el azar mismo de esa carta caída y levantada hasta la eternidad.


Intervención quirúrgica




Entró en el quirófano con toda la ilusión del mundo. Lo iban a operar de los malos pensamientos. Pero el cirujano se equivocó y le extrajeron las ideas más peregrinas. Desde entonces su única lectura es el Boletín Oficial del Estado.


Ola de calor




A Isabel y Pablo les sobrevino un problema con la ola de calor: los niños se les derretían como una bola de helado en el Sahara.
–Qué hacemos con los niños en verano –exteriorizó Pablo.
–Meterlos en el congelador del frigorífico y sacarlos en septiembre –resolvió Isabel.
Dicho y hecho. Los pequeños fueron trasladados a la cámara frigorífica y allí quedaron almacenados entre los calamares a la romana, las alitas de pollo, los aros de cebolla y la tarta al güisqui.
Ese fue el verano más feliz para Isabel y Pablo desde que ambos descubrieron, hacía algunos años, que la luna llena de agosto argentea las arenas de las playas para convertirlas en fecundos lechos amorosos. Viajaron al extranjero, visitaron a los amigos, frecuentaron antiguos bares y descubrieron lugares nuevos. Fueron unas vacaciones exquisitas sólo parecidas aquellas otras eternas de militancia veinteañera.
Pero pasó el calor y se marcharon las moscas y los mosquitos, retirada que anunciaba el momento de descongelar a los chicos.
Sabido es que el calor dilata los cuerpos aunque no se ha llegado a comprobar nunca con certeza si esa expansión corresponde, igualmente, al espíritu. Una discusión, sostenida por los sabios de la antigüedad, argüía que el alma menguaba en unos gramos.
Tras la aclimatación de los cuerpos, Isabel y Pablo pudieron comprobar un fenómeno curioso en sus retoños: se les había encogido la actividad mental. Algo que les incapacitaba las habilidades para el manejo de las nuevas tecnologías y el consumo de chucherías.


Línea regular




Probablemente, en principio, no se fijó en la leyenda del ticket que le expidió el conductor del autobús. Tras recogerse en uno de los asientos traseros y, mientras jugaba con él entre sus manos, leyó: «viaje hacia ninguna parte». En ese momento se convenció que había tomado el trayecto acertado.


La escapista




Insatisfecha, horadó el muro de su realidad y escapó. Desde entonces vive en un blog —un lugar parecido a la infancia donde son plausibles los sueños—. A diario retorna y nadie se da cuenta que se ha evadido del mundo.


Sudoku




Pasaba el tiempo rellenando las cuadrículas, casillas y cajas de su vida con palabras irrepetibles. Sin embargo no halló la solución al problema.


Olvido




Syna, transida de dolor por la separación de su amante, comió flor de loto para borrar de su memoria aquel amor y encontrar la serenidad.

Pasados los años volvió a estar frente a él y aunque lo reconoció nada más verle, en cambio no pudo recordar nada de cómo fueron los besos y las caricias pasadas.


A la vuelta del tiempo




En los últimos treinta años, cada vez que se marchaba de aquella oficina, tras una larga jornada de trabajo, sentía que olvidaba algo. Después recapacitaba: «mañana veré».
Un día no pudo aguantar más esa sensación y volvió para ver qué era. Entonces descubrió, asombrado, que se había dejado allí su vida, sentada en aquella silla junto a la mesa. La reconoció por ser tremendamente joven y entusiasta. Utópica y arriesgada. Pero sobre todo inusada. «Si pudiera recogerla», pensó. Y se marchó, entristecido. Más que nunca.


Enjuague bucal




Aquella mañana se limpió la boca como tantas otras antes de ir a trabajar. Se despistó y, equivocado, cogió un bote de linimento átono. Durante todo ese día habló sin acento y sin acentos.


Tareas domésticas




Ninguna arruga arruinaría su vida. Junto a las sábanas de hilo y la ropa interior de algodón tenía planchado a su nuevo maridito.


Entrega a domicilio





Era un paquete de células, hormonas, humores y otras piezas materiales. Lo fue ensamblando día a día, con amor con entusiasmo, hasta que le creció una hija sin saberlo.


Desperezada




Al despertar comprobó que esa noche había perdido su bostezo. Sus amaneceres, desde entonces, carecieron de fuerza para expulsar el hálito dañino de los malos sueños.


Paranomasia




El Flautista de Hamelin hizo sonar su flauta y todas las erratas le siguieron hasta ahogarse en el río de los correctores. Y nunca más hubo textos con errores.



Familia lectora




Poseía una gran biblioteca en la que pasaba muchas horas. Se encerraba rodeado de libros para empaparse de sus conocimientos como en un proceso osmótico. Un día desapareció dentro de ella. Desde entonces, la búsqueda de su familia es exhaustiva en el estómago de cada página escrita.


Antípodas




Las dos últimas personas que habitaban la Tierra estaba cada una al otro lado del planeta. Las dos comenzaron a viajar en la misma dirección en busca del remitente de un email que quería dejar de estar solo.