Ola de calor



A Isabel y Pablo les sobrevino un problema con la ola de calor: los niños se les derretían como una bola de helado en el Sahara.
–Qué hacemos con los niños en verano –exteriorizó Pablo.
–Meterlos en el congelador del frigorífico y sacarlos en septiembre –resolvió Isabel.
Dicho y hecho. Los pequeños fueron trasladados a la cámara frigorífica y allí quedaron almacenados entre los calamares a la romana, las alitas de pollo, los aros de cebolla y la tarta al güisqui.
Ese fue el verano más feliz para Isabel y Pablo desde que ambos descubrieron, hacía algunos años, que la luna llena de agosto argentea las arenas de las playas para convertirlas en fecundos lechos amorosos. Viajaron al extranjero, visitaron a los amigos, frecuentaron antiguos bares y descubrieron lugares nuevos. Fueron unas vacaciones exquisitas sólo parecidas aquellas otras eternas de militancia veinteañera.
Pero pasó el calor y se marcharon las moscas y los mosquitos, retirada que anunciaba el momento de descongelar a los chicos.
Sabido es que el calor dilata los cuerpos aunque no se ha llegado a comprobar nunca con certeza si esa expansión corresponde, igualmente, al espíritu. Una discusión, sostenida por los sabios de la antigüedad, argüía que el alma menguaba en unos gramos.
Tras la aclimatación de los cuerpos, Isabel y Pablo pudieron comprobar un fenómeno curioso en sus retoños: se les había encogido la actividad mental. Algo que les incapacitaba las habilidades para el manejo de las nuevas tecnologías y el consumo de chucherías.

Desdoblamiento


Llamé a mi casa y me contestó mi voz.
-¿Sí? Dígame.
-Soy tú le dije.
-Me gasta una broma o qué.
-¿No me reconoces?
-Mire no tengo mucho tiempo que perder. O me explica lo que quiere o le cuelgo.
-No te pongas en ese plan de situarte en un plano superior que te conozco.
-Usted a mí no me conoce de nada.
-¿Cómo que no? Te conozco cuando te levantas por la mañana maldiciendo el hecho de tener que ir a trabajar; cuando te impacientas en los atascos; cuando te exaltas porque alguien se demora haciendo la compra, mientras tú esperas… ¿Quieres que siga?
-Vale, no siga usted. ¿Qué quiere venderme? ¿Es una nueva oferta telefónica, libros, algo a plazos? ¿O se trata de una encuesta camuflada? Le aseguro que si es algo de alguna confesión religiosa hemos terminado de hablar.
-No vas a cambiar nunca, siempre te precipitas sobre las cosas.
-Hombre, encima me da consejos de comportamiento. Dígame qué quiere.
-Quiero que reflexiones sobre tu vida.
-Eso es muy metafísico.
-No eso es muy real. Piensa a qué dedicas tu tiempo.
-Lo dedico a aquello que me veo obligado a hacer y, cuando puedo, a lo que me gusta.
-Pierdes el tiempo en cosas absurdas: escribir, Internet, en especial esas dos cosas juntas, bajar al mar, hablar con los amigos, intercambiar afectos, dedicarte al tiempo inútil de la meditación, leer, poner un acento escéptico y pesimista a la forma de ver el mundo…¿Crees que por ahí vas a llegar a alguna parte?
-No lo sé. ¿Si usted me dice dónde hay que llegar?
-Podrías replantearte tu modo de vida. Antes no eras así.
-Me parece que es un poco tarde para cambiar las cosas. Además ya no recuerdo como era antes.
-Inocente, espontáneo, combativo, enamoradizo, libre.
-También cabezota, inconsciente, irresponsable, indolente con los que me rodeaban.
-Pero ahora eres demasiado metódico y ritualista. El pragmatismo se ha apoderado de ti y no haces nada que no tengas programado.
-Se me escapa el tiempo.
-Por eso, no echas de menos el cometer más errores, correr más riesgos. Hacer más tonterías. Jugar como un niño.
-Siempre me faltará aquello que no tengo pero lo que no tendré nunca será otra vida para repetirme.
-Por eso come más pasteles y bebe más vino. Ten más complicaciones reales y menos problemas imaginarios.
-Mi realidad imaginaria tiene tanto peso como el mundo físico. Sin uno no podría vivir en el otro.
-La vida está hecha de momentos. No hay que dejar escapar el ahora.
-Vivir es un momento. Ese es mi ahora.
Al colgar pensé: esta es la última vez que hablo con un desconocido.

Beso con lengua


Me contaron una historia que me pareció increíble. Tras una noche en una discoteca donde conoció a una chica con la que tonteó, Lucio despertó a la mañana siguiente con una extraña sensación. Sudoroso y aturdido se levantó de la cama como desenmarañándose de un ovillo sueños.
Detalles imprecisos de la madrugada fueron tomando cuerpo en su mente. Primero vino un rostro de chica con facciones redondeadas. Luego una mirada líquida donde se sumergió toda la noche hasta casi ahogarse. Recordó que la joven vestía una camiseta con una definición: ‘100 % mala’. Y haberle pedido su número de móvil, algo a lo que ella se negó. Pero sobre todo aún saboreaba aquel beso con lengua que fue como una descarga eléctrica y lo dejó anonadado.
Se preparó un café para espabilarse y poner en orden sus ideas. Bajo el paladar notaba una picazón que pensó se debía a la bebida. A pesar de la aventura se sentía abrumado por una idea: no sabía cómo poder localizarla. Días después volvió sobre sus pasos, regresó a la discoteca, pero nadie le dio norte de ella.
Los días pasaron y aquella sensación de flotabilidad perdió su fuerza como una gaseosa destapada. Lo único que permanecía de la referida noche era aquel hormigueo en su lengua: una sensación como cuando pones la lengua para comprobar si una pila eléctrica está cargada y notas el picor de la corriente. Las semanas transcurrieron pero la molestia bajo su lengua no.
Fue al médico para que lo reconociera. Tras un primer vistazo el doctor advirtió una marca como de cifras numéricas. Una lupa le ayudó a saber que se trataba de un dígito de nueve cifras. Lucio comprendió entonces.

Inconveniencias

Hace tiempo que no tomo el sol. Hace tiempo que no leo nada ni voy al cine. Reconozco que, últimamente, tengo poca vida social. Aunque me he acostumbrado a mi nueva posición echo de menos salir a fumarme un cigarrillo. No sé por qué no dejan fumar aquí dentro, de todas formas estoy solo. Mientras estuve moribundo debería haber previsto esta situación y reclamar que los muertos tienen derecho a una vida digna.
Eso sí, la humedad me está matando.