Altos vuelos



La madre se lo tenía dicho, que no jugara con el niño. El padre siempre hizo caso omiso. Al principio sujetaba al bebé con sus largos brazos y lo subía a la altura hasta donde podía extenderlos. Después comenzó a lanzarlo por el aire hasta la altura del techo de la casa y el bebé sonreía.

Para no desentonar con lanzamientos anteriores, en la calle lo soltaba con fuerza hasta la altura de la farola y así prosiguió hasta alcanzar el tejado de la casa. El bebé sonería.

Ante la protesta de la madre viajó hasta Italia y lo proyectó hasta la altura de la torre de Pisa y cuando cayó lo recogió con certera precisión y seguridad. Repitió su proeza en París, ante la torre Eiffel, en Shanghái junto al rascacielos que lleva este nombre y en el edificio Burj Khalifa hasta alcanzar sus 828 metros de altura, no sin el ay contenido de la madre hasta que el bebé —que sonreía— regresaba a los brazos de papá.

En el último lanzamiento, el padre reconoció que se le fue la mano. Ahora el bebé sonríe desde la Estación Espacial Internacional.

Genómica




Decidieron reproducir su ADN a partir de una muestra su cadáver para recuperar el genio de su escritura. Al abrir la tumba del cementerio de Montparnasse no encontraron los restos de Cortázar. En su lugar sólo había varios montones de palabras.



Dadivosidad




Cada vez que pasaba por aquella boca de metro escupía en el sombrero vacío del pedigüeño. Harto el mendigo de ver el gesto repetido, un día le preguntó por qué lo hacía. «Yo al menos te regalo mi desprecio, el resto nada.»




Acorralado




─¡Abuela!, que dicen los científicos que tienen acorralado al bosón de Higgs.
─(…)
─No, no ha hecho nada pero llevaban muchos años buscándolo.

Mi abuela se durmió una mañana hace casi treinta años pero cuando tengo una conversación interesante me gusta hablarla con ella, es mi mejor interlocutor.


El precio del oro




El rey Midas continuó transformando en oro todo lo que tocaba. Hasta tal punto hubo abundancia de este metal que su valor se depreció y llegó a valer como el hierro viejo.



Declinaciones




Este niño sabe hablar latín ―defendió la madre muy ufana―, lo que llevó al profesor a preguntar al pequeño de cuatro años sobre el ablativo singular de la tercera declinación del verbo saber.



Intervención quirúrgica




Entró en el quirófano con toda la ilusión del mundo. Lo iban a operar de los malos pensamientos. Pero el cirujano se equivocó y le extrajeron las ideas más peregrinas. Desde entonces su única lectura es el Boletín Oficial del Estado.



Imágenes literarias




Su miopía como escritora le impedía ver bien las imágenes. Metáforas, metonimias y tropos, los encajaba en brumosas frases que sus lectores entendían como plasmación de una escritura hermética.



Primicia




El alquimista ofreció una conferencia de prensa para desmentir que su cometido fuera el de transmutar metales en oro. “Buscamos la Piedra Filosofal para licuar el tiempo y sublimar los sentimientos hasta hacerlos cristalizar”, dijo. Y luego desapareció.



El tendero de las palabras




La primera vez que me fijé en él lanzaba piropos a un grupo de jovencitas que pasaba frente a su tienda de ultramarinos. En la puerta había colocada una pizarra sostenida sobre una especie de atril de patas cortas. Escrito con tiza, junto al precio del pan, las patatas y el azúcar, se podía leer: «no hay sábado ni mocita sin amor».
El descubrimiento fue una licencia para mi curiosidad y mi imaginación de niño. Cada vez que tenía ocasión volvía a pasar por la calle donde reglaban frases ingeniosas, las mismas que procuraba memorizar para después comentarlas a mis amigos.
Un día tuve que entrar a comprar un kilo de garbanzos para cumplir con un encargo de mamá. El tendero, prodigioso para mí, me agasajó con algunas bromas y me despachó las semillas. Dijo: «un kilo de legumbres y cuarto y mitad de adjetivos para estos garbanzos tiernos y jugosos».
Entonces bajó un bote de cristal lleno de trocitos de papel blanco que estaba colocado en uno de los estantes, entre las latas de conservas, y me lo dio junto con el paquete de garbanzos. «Toma, un regalo», me dijo, mientras pensaba que mejor me hubiera dado un caramelo.
Al salir del comercio, intrigado, desdoblé el papel y dentro estaba escrita una palabra: obnubilar.


Epistolaria




Remití una carta cuyo destinatario era yo mismo. Cuando recibí la misiva me sacudió la impresión de que me escribía un extraño. Y la devolví sin leerla.


Clientela




El camarero estaba a punto de cerrar el bar tras una larga jornada de más de doce horas. Un hombre entró y le pidió la última copa. Le salió gratis.



Genómica




Decidieron reproducir su ADN a partir de una muestra su cadáver para recuperar el genio de su escritura. Al abrir la tumba del cementerio de Montparnasse no encontraron los restos de Cortázar. En su lugar sólo había varios montones de palabras.


Dadivosidad




Cada vez que pasaba por aquella boca de metro escupía en el sombrero vacío del pedigüeño. Harto el mendigo de ver el gesto repetido, un día le preguntó por qué lo hacía. «Yo al menos te regalo mi desprecio, el resto nada.»



El precio del oro




El rey Midas continuó transformando en oro todo lo que tocaba. Hasta tal punto hubo abundancia de este metal que su valor se depreció y llegó a valer como el hierro viejo.



Declinaciones




Este niño sabe hablar latín ―defendió la madre muy ufana―, lo que llevó al profesor a preguntar al pequeño de cuatro años sobre el ablativo singular de la tercera declinación del verbo saber.



Atrapado en el tiempo




Avanzó en la lectura del relato hasta perderse en la maraña de palabras, algo que le obligó a recomenzar la narración. Avanzó en la lectura del relato hasta perderse en la maraña de palabras, algo que le obligó a recomenzar la narración.


Reflejo socrático




Cuando Sócrates se miraba en el espejo solía decir: «si sólo sé que no sé, cómo sé que quien me ve en el espejo sabe que soy yo.»



Imágenes literarias




Su miopía como escritora le impedía ver bien las imágenes. Metáforas, metonimias y tropos, los encajaba en brumosas frases que sus lectores entendían como plasmación de una escritura hermética.



Primicia




El alquimista ofreció una conferencia de prensa para desmentir que su cometido fuera el de transmutar metales en oro. “Buscamos la Piedra Filosofal para licuar el tiempo y sublimar los sentimientos hasta hacerlos cristalizar”, dijo. Y luego desapareció.


Viaje en tren

Luz Clarita le dijo: «hay gente que entiende el amor como si se tratara de un viaje en el Transiberiano. En cambio para otros es un trayecto entre una estación y la siguiente». Se despidió y se bajó en la primera parada.

Vendedor ambulante




En la confluencia de la calles de Saint-Denis y Etienne Marcel de París, un hombre ciego vende relojes con la esfera vacía.
Cuando le preguntan por qué los relojes no tienen números ni manecillas contesta que porque el tiempo es como un espejo sin fondo.


Castillo de naipes




Lu-Chi Ai-ti acudió al gran maestro para que le aconsejara sobre las adversidades que el destino, a veces, depara.
–Sabio anciano –interpeló–. Si después de colocar con trabajo y esmero cada pieza importante de mi vida, el infortunio se empeña en derribarlo todo como si fuera un castillo de naipes, ¿debo abandonar toda empresa y rendirme a la indolencia?
El anciano lo miró, extendió sus manos y cerró sus párpados. Permaneció callado durante un tiempo que a Lu-Chi le pareció eterno. Luego dijo:
–No eres tú quien contiene a la existencia dada sino ella quien te contiene a ti. Tú eres ese destino que se derrumba en un instante y quien al acto debe levantarse. No te abandones a la suerte porque tú eres el azar mismo de esa carta caída y levantada hasta la eternidad.


Intervención quirúrgica




Entró en el quirófano con toda la ilusión del mundo. Lo iban a operar de los malos pensamientos. Pero el cirujano se equivocó y le extrajeron las ideas más peregrinas. Desde entonces su única lectura es el Boletín Oficial del Estado.


Ola de calor




A Isabel y Pablo les sobrevino un problema con la ola de calor: los niños se les derretían como una bola de helado en el Sahara.
–Qué hacemos con los niños en verano –exteriorizó Pablo.
–Meterlos en el congelador del frigorífico y sacarlos en septiembre –resolvió Isabel.
Dicho y hecho. Los pequeños fueron trasladados a la cámara frigorífica y allí quedaron almacenados entre los calamares a la romana, las alitas de pollo, los aros de cebolla y la tarta al güisqui.
Ese fue el verano más feliz para Isabel y Pablo desde que ambos descubrieron, hacía algunos años, que la luna llena de agosto argentea las arenas de las playas para convertirlas en fecundos lechos amorosos. Viajaron al extranjero, visitaron a los amigos, frecuentaron antiguos bares y descubrieron lugares nuevos. Fueron unas vacaciones exquisitas sólo parecidas aquellas otras eternas de militancia veinteañera.
Pero pasó el calor y se marcharon las moscas y los mosquitos, retirada que anunciaba el momento de descongelar a los chicos.
Sabido es que el calor dilata los cuerpos aunque no se ha llegado a comprobar nunca con certeza si esa expansión corresponde, igualmente, al espíritu. Una discusión, sostenida por los sabios de la antigüedad, argüía que el alma menguaba en unos gramos.
Tras la aclimatación de los cuerpos, Isabel y Pablo pudieron comprobar un fenómeno curioso en sus retoños: se les había encogido la actividad mental. Algo que les incapacitaba las habilidades para el manejo de las nuevas tecnologías y el consumo de chucherías.


Línea regular




Probablemente, en principio, no se fijó en la leyenda del ticket que le expidió el conductor del autobús. Tras recogerse en uno de los asientos traseros y, mientras jugaba con él entre sus manos, leyó: «viaje hacia ninguna parte». En ese momento se convenció que había tomado el trayecto acertado.


La escapista




Insatisfecha, horadó el muro de su realidad y escapó. Desde entonces vive en un blog —un lugar parecido a la infancia donde son plausibles los sueños—. A diario retorna y nadie se da cuenta que se ha evadido del mundo.


Sudoku




Pasaba el tiempo rellenando las cuadrículas, casillas y cajas de su vida con palabras irrepetibles. Sin embargo no halló la solución al problema.


Olvido




Syna, transida de dolor por la separación de su amante, comió flor de loto para borrar de su memoria aquel amor y encontrar la serenidad.

Pasados los años volvió a estar frente a él y aunque lo reconoció nada más verle, en cambio no pudo recordar nada de cómo fueron los besos y las caricias pasadas.


A la vuelta del tiempo




En los últimos treinta años, cada vez que se marchaba de aquella oficina, tras una larga jornada de trabajo, sentía que olvidaba algo. Después recapacitaba: «mañana veré».
Un día no pudo aguantar más esa sensación y volvió para ver qué era. Entonces descubrió, asombrado, que se había dejado allí su vida, sentada en aquella silla junto a la mesa. La reconoció por ser tremendamente joven y entusiasta. Utópica y arriesgada. Pero sobre todo inusada. «Si pudiera recogerla», pensó. Y se marchó, entristecido. Más que nunca.


Enjuague bucal




Aquella mañana se limpió la boca como tantas otras antes de ir a trabajar. Se despistó y, equivocado, cogió un bote de linimento átono. Durante todo ese día habló sin acento y sin acentos.


Tareas domésticas




Ninguna arruga arruinaría su vida. Junto a las sábanas de hilo y la ropa interior de algodón tenía planchado a su nuevo maridito.


Entrega a domicilio





Era un paquete de células, hormonas, humores y otras piezas materiales. Lo fue ensamblando día a día, con amor con entusiasmo, hasta que le creció una hija sin saberlo.


Desperezada




Al despertar comprobó que esa noche había perdido su bostezo. Sus amaneceres, desde entonces, carecieron de fuerza para expulsar el hálito dañino de los malos sueños.


Paranomasia




El Flautista de Hamelin hizo sonar su flauta y todas las erratas le siguieron hasta ahogarse en el río de los correctores. Y nunca más hubo textos con errores.



Familia lectora




Poseía una gran biblioteca en la que pasaba muchas horas. Se encerraba rodeado de libros para empaparse de sus conocimientos como en un proceso osmótico. Un día desapareció dentro de ella. Desde entonces, la búsqueda de su familia es exhaustiva en el estómago de cada página escrita.


Antípodas




Las dos últimas personas que habitaban la Tierra estaba cada una al otro lado del planeta. Las dos comenzaron a viajar en la misma dirección en busca del remitente de un email que quería dejar de estar solo.



Mendigo



Aquel hombre sentado en el suelo de una calle céntrica, mugriento y pedigüeño, no quería dinero. Escrito a mano, con trazos de ansiedad, sobre un trozo de cartón se podía leer: dame tiempo.


Flechazo




Se enamoró de una ecuación de segundo grado pero su amor no tuvo solución. Nunca supo despejar la incógnita que había en su mirada.


Vagabundos

Al salir de casa se topó, sin quererlo, con un rhinovirus que deambulaba por la acera. Tenía un aspecto lamentable. En un acto de humanidad le dijo se cuidara que tenía mala cara. “Márchese a casa, métase en la cama y descanse”. Enfadado, el rhinovirus se revolvió contra él y lo colonizó.

Para la fiebre alta y los estornudos el médico le ha mandado paracetamol y tomar mucho líquido. Un alma caritativa le prepara infusiones calentitas de miel con limón. Contra la ingratitud, nada. Curarse, si acaso, y caminar de nuevo.

Pésame




Fue a dar las condolencias a un conocido por el fallecimiento de un familiar. Al acercarse a la casa vio la mesilla con el libro de firmas y las sillas en la puerta. No era una tarea grata pero había que cumplir. Fuera no había nadie y pensó que quizás era muy pronto o muy tarde. La puerta de la calle estaba abierta pero en el recibidor las sillas permanecían vacías. Tampoco se escuchaba ningún ruido que advirtiera de la presencia de gente en la casa. Se extrañó y dudó si entrar o marcharse para regresar después, pero se dijo que ya que estaba allí no era cuestión de volver otra vez. Entró con parsimonia mientras buscaba con la mi
rada la presencia de alguien en la vivienda. El velatorio estaba vacío. Su olfato lo orientó hacia el olor a crisantemos, gladiolos y lirios que emanaba desde una habitación al fondo de la casa. Durante un instante estuvo desconcertado sin saber hacia dónde ir, pero se decidió y llegó hasta la habitación donde estaba el féretro. El cadáver no estaba y en su lugar un cartel indicaba: «ni vivo ni muerto». Sintió un repentino escalofrío y se marchó. Caminó molestó durante un rato porque consideró inútil su acción y, sobre todo, se sintió frustrado por no haber podido dar el pésame a nadie.


Vendedor ambulante




En la confluencia de la calles de Saint-Denis y Etienne Marcel de París, un hombre ciego vende relojes con la esfera vacía.
Cuando le preguntan por qué los relojes no tienen números ni manecillas contesta que porque el tiempo es como un espejo sin fondo.


El síndrome del pez volador




—Estoy harta de ser mujer —me confesó Lucía—. En la próxima vida me pido ser hombre. Deberíamos ser como algunas especies de peces tropicales que tienen una cierta flexibilidad en cuanto a su determinación sexual.
— ¿Y cómo es eso?
—pregunté intrigado.
—Ocurre, por ejemplo en una especie de peces voladores, que son machos en la primera etapa de su vida y luego cambian a hembras.


El candidato




Harto de prometer en los últimos treinta años, el candidato de centro-izquierda-derecha donó su cuerpo a las urnas.


El sistema de D'Hondt




Ante el reparto injusto de los votos, la Junta Electoral decidió hacerlo por la cuenta de la vieja.


Enjuague bucal




Aquella mañana se limpió la boca como tantas otras antes de ir a trabajar. Se despistó y, equivocado, cogió un bote de linimento átono. Durante todo ese día habló sin acento y sin acentos.


Amor húmido




Un argonauta encontró a una sirena y le prometió su amor. La sirena pensó que era una buena oportunidad para cambiar a una vida menos húmeda. El tiempo, en cambio, no le dio la razón. Las lágrimas anegaron cada día de su futuro.


Don de gentes




Resultaba aborrecible. Sin embargo era un personaje lleno de buenas intenciones por caer bien a todo el mundo. Es más, se esforzaba hasta la extenuación por repartir simpatía.


El harén




Angustiado despertó del sueño: estaba rodeado por todas las mujeres que le había amado en su vida.


Paradoja de la gallina




Una gallina puso un huevo y pensó: «qué fue primero el huevo o la gallina». Esa paradoja, sentida como una injuria, acabó por matarla.


Cartógrafo




—Necesito un mapa.
—Qué clase de mapa.
—No sé. Estoy perdido.
—Puede que le valga una carta de navegación sideral.
—Es más a nivel personal.
—Quizás un mapa cognitivo.
—Es sobre mi existencia.
—Entonces mejor cartografiar el atlas de la conciencia humana que se borra cuando desapareces.


Entrevista




–¿Qué me puede contar de usted?
–En beneficio propio, lo mejor que puedo hacer es no decir nada sobre mí.



Primicia




El alquimista ofreció una conferencia de prensa para desmentir que su cometido fuera el de transmutar metales en oro. “Buscamos la Piedra Filosofal para licuar el tiempo y sublimar los sentimientos hasta hacerlos cristalizar”, dijo. Y luego desapareció.


Instrucciones de uso para hacer la o con un canuto




En el uso del canuto para hacer la o, es primordial saber elegir, previamente, el tipo de material de que está formado el mismo, dado que condicionará la calidad de cada o escrita al final del proceso.
Si se opta por trabajar con uno compuesto por elementos vegetales, las oes obtenidas tendrán la singularidad de cargar sus círculos en curvaturas vegetarianas. Si por el contrario resulta que se escogen materiales prefabricados, tipo PVC, abundarán las redondeces escuálidas y antipáticas que se reconocen en palabras como odio u omóplato.
Es por ello que la arbitrariedad no debe presidir el juicio de la elección y hay que tener buena mano para escoger el canutero.
El tipo de tinta es, por igual, un componente importante en el proceso de creación de oes. No es lo mismo una tinta china que la destilada del pulpo o calamar. El orbital de la o puede tender a ser plasmado con bordes más contundentes o livianos, según el tintado.
La templanza en el pulso es, finalmente, el requisito más significativo para los hacedores de oes con un canuto. Su habilidad en adquirir la técnica de plasmación de la o determinará su endeblez tipográfica, el trazo longitudinal cerrado, la esfericidad de su espíritu y su eterna redondez.


Juicio




Mamá no tuvo la culpa de echar al bebé en la lavadora, junto con la ropa de la colada. Fueron los nervios y por eso el juez la condenó a una calma perpetua.


Abducción pictórica




La mujer que vigila la cuarta sala del museo, dedicada al impresionismo de Toulouse Lautrec, observaba como un hombre se embelesa frente a un cuadro. Cada día visitaba la sala y se quedaba impasible largo rato con la mirada fija en la obra. Después se despedía de la mujer.
La vigilante, abonada a su rutina, en una ocasión levantó la vista del libro que leía y vio al hombre enfrentado a la pintura nuevamente. Volvió a embeberse de letras hasta que terminó su turno de trabajo y cayó, entonces, en que el hombre no se había despedido. Desde ese día no lo volvió a ver por el museo.
Ahora, cada vez que vuelve a su rutina laboral y mira el cuadro 'Baile en el Moulin Rouge', siente una especie de repelús.


Domingo de minificción




Lunes no supo qué hacer aquella tarde de sábado llena de adolescentes díscolos y gente muy arreglada.


Paladar quemado




Atravesó la pared y, sin decir nada, se sentó a la mesa como uno más. Ningún comensal le advirtió que la sopa estaba muy caliente.


Espíritu maligno




El bebé lloró toda la noche de hambre y murió al amanecer. A Munashe, una joven mujer zimbabuensa, el llanto se le quedó dentro y enloqueció.


Buen apetito




Arañó el borde de la aurora con una gubia. Lo metió en un trozo de pan negro y se desayunó, como todas las mañanas, con la ilusión de la luz.


Artes marciales




Un dolor le asaltó al cuello, lo dobló y lo obligó a hincar la rodilla en tierra. Su consuelo fue saber que el dolor era cinturón negro.

Clarividencias




Sentado a la puerta de la catedral de Notre Dame un hombre ciego se anuncia como vidente. ¿Logras ver el futuro? , le preguntan. Sí, puedo ver un porvenir invidente.


A la vuelta del tiempo




En los últimos treinta años, cada vez que se marchaba de aquella oficina, tras una larga jornada de trabajo, sentía que olvidaba algo. Después recapacitaba: «mañana veré».

Un día no pudo aguantar más esa sensación y volvió para ver qué era. Entonces descubrió, asombrado, que se había dejado allí su vida, sentada en aquella silla junto a la mesa. La reconoció por ser tremendamente joven y entusiasta. Utópica y arriesgada. Pero sobre todo inusada. «Si pudiera recogerla», pensó. Y se marchó, entristecido. Más que nunca.



Regresión




El monje zen se asomó al abismo y dijo: «un paso atrás es un nuevo camino.»


Familia lectora




Poseía una gran biblioteca en la que pasaba muchas horas. Se encerraba rodeado de libros para empaparse de sus conocimientos como en un proceso osmótico. Un día desapareció dentro de ella. Desde entonces, la búsqueda de su familia es exhaustiva en el estómago de cada página escrita.


Imágenes literarias




Su miopía como escritora le impedía ver bien las imágenes. Metáforas, metonimias y tropos, los encajaba en brumosas frases que sus lectores entendían como plasmación de una escritura hermética.


La, final




Su última nota no fue gol.


Empuje hidrocéfalo




Por comprobar el principio de Arquímedes, sumergió su cabeza en la bañera y comprobó que el mundo se inundaba de ideas mientras él se ahogaba.


Estacionalidad gramatical




El punto se contrae en invierno debido a las bajas temperaturas. En verano, dilata. de ahí la desmesura del punto y final de este microrrelato•


Cine de verano




Esa noche proyectaban El último bañista. La medusa dio un salto en su asiento al leer el título. El tiburón que estaba junto a ella la tranquilizó: «no te preocupes, todos los años ponen la misma.»


Atrapado en el tiempo




Avanzó en la lectura del relato hasta perderse en la maraña de palabras, algo que le obligó a recomenzar la narración. Avanzó en la lectura del relato hasta perderse en la maraña de palabras, algo que le obligó a recomenzar la narración.


El vigilante




Era absurdo pero todos abandonaban la ciudad al llegar el verano. Únicamente quedaba un solo habitante, al acecho, para que no desapareciera.



Reflejo socrático




Cuando Sócrates se miraba en el espejo solía decir: «si sólo sé que no sé, cómo sé que quien me ve en el espejo sabe que soy yo.»


Mensaje en una botella




Según las autoridades, cualquier persona poseedora de este texto deberá personarse en la administración más cercana a fin de recibir un título de lector escritos embotellados.


La socorrista




Mientras braceaba para no hundirse en el mar grito: ¡socorro! ¡socorro! La vigilante de la playa lo miró y pensó: mi nombre es Julia, no me llama a mí.

Excursionistas




En la tundra de Groenlandia una turista distraída tomaba el sol. De repente, un numeroso grupo de lemmings realizó un suicidio colectivo arrojándose en masa al mar. Entonces pensó que las agencias de viajes programan, cada vez, atracciones más raras para atraer a los turistas.


Campaña de imagen




El diablo anunció en rueda de prensa que la mitad de sus malas acciones estarían destinadas a combatir la pobreza.


El castillo de arena




Primero fueron los torreones y almenas. Tras el foso y el puente levadizo edificó las gruesas murallas. Continuó con las aspilleras y concluyó con la torre del homenaje. Lo que no imaginó fue que el banco acabaría por hipotecarlo.


Vecindad




La encontré al entrar en el ascensor. Me miró a la cara y me dijo: «piensa lo que quieras pero piensa.»


Declinaciones




Este niño sabe hablar latín ―defendió la madre muy ufana―, lo que llevó al profesor a preguntar al pequeño de cuatro años sobre el ablativo singular de la tercera declinación del verbo saber.


El precio del oro




El rey Midas continuó transformando en oro todo lo que tocaba. Hasta tal punto hubo abundancia de este metal que su valor se depreció y llegó a valer como el hierro viejo.


El infierno perfecto




Todo era impecable en su vida: familia, trabajo, amigos, situación económica. Tan impecable era todo que se hizo insoportable.


Genómica




Decidieron reproducir su ADN a partir de una muestra de su cadáver para recuperar el genio de su escritura. Al abrir la tumba del cementerio de Montparnasse no encontraron los restos de Cortázar. En su lugar sólo había varios montones de palabras.



Clientela




El camarero estaba a punto de cerrar el bar tras una larga jornada de más de doce horas. Un hombre entró y le pidió la última copa. Le salió gratis.


Epistolaria




Remití una carta cuyo destinatario era yo mismo. Cuando recibí la misiva me sacudió la impresión de que me escribía un extraño. Y la devolví sin leerla.


La ciudad escrita




Edificios, calles, plazas, interiores y exteriores, todas las superficies de aquella ciudad habían sido pintadas con los textos escritos de miles de libros. Era un castigo para sus habitantes que nunca leían. Ahora mientras andaban por la ciudad o viajaba en trasporte miraban atónitos el decorado porque se habían vuelto analfabetos.



Flechazo




Se enamoró de una ecuación de segundo grado pero su amor no tuvo solución. Nunca supo despejar la incógnita que había en su mirada.


Cuchillo




Se hirió con una sola palabra.


Glaciación




Al descongelar el hielo de su frigorífico se quedó helado pero, después de muchos años, volvió a sonreír.


Inmolación




Miró el expositor de arriba abajo y de izquierda a derecha con ojos anhelantes. Luego dijo: «dame un pastel... aunque me muera.»


Intervención quirúrgica




Entró en el quirófano con toda la ilusión del mundo. Lo iban a operar de los malos pensamientos. Pero el cirujano se equivocó y le extrajeron las ideas más peregrinas. Desde entonces su única lectura es el Boletín Oficial del Estado.


Antípodas



Las dos últimas personas que habitaban la Tierra estaban cada una al otro lado del planeta. Las dos comenzaron a viajar en la misma dirección en busca del remitente de un email que quería dejar de estar solo.


Conclusión



Siempre le gustaba decir la última palabra y ese fue su fin.


Alcoholismo



Embriagado de palabras vomitó una novela.


Relator



Presentó su obra a un concurso de relatos sobre depilación láser y fue descalificado por no tener un pelo de tonto.


Familia lectora



Poseía una gran biblioteca en la que pasaba muchas horas. Se encerraba rodeado de libros para empaparse de sus conocimientos como en un proceso osmótico. Un día desapareció dentro de ella. Desde entonces, la búsqueda de su familia es exhaustiva en el estómago de cada página escrita.



Plagio


Fiel a su estilo no hizo otra cosa que copiarse a sí mismo. Fue denunciado por la sociedad de autores.

Vagabundos


Al salir de casa se topó, sin quererlo, con un rhinovirus que deambulaba por la acera. Tenía un aspecto lamentable. En un acto de humanidad le dijo se cuidara que tenía mala cara. “Márchese a casa, métase en la cama y descanse”. Enfadado, el rhinovirus se revolvió contra él y lo colonizó.
Para la fiebre alta y los estornudos el médico le ha mandado paracetamol y tomar mucho líquido. Un alma caritativa le prepara infusiones calentitas de miel con limón. Contra la ingratitud, nada. Curarse, si acaso, y caminar de nuevo.

Mutación


Ha sido fijo por el cambio climático. El Yeti ha decidido dejar su oficio y dedicarse a otro negocio que nada tenga que ver con las nieves perpetuas. Dicen que lo han visto con menos pelo en un curso de algoritmos computacionales. Otros, afirman, por el contrario, que se trata de Al Gore, disfrazado. Y hay quien va más allá y lo identifica con Julian Assange.

Develación


Sobre el pecho de Yasuko se posó una mariposa. Con su mano cubrió el gesto alado y escuchó un tenue rumor de alas junto a su corazón. Imaginó la espuma de los besos en un mar de flores. Y cuando la joven sus dedos abrió sólo encontró, con fino polvo escrita, una palabra de amor.

La escapista


Insatisfecha, horadó el muro de su realidad y escapó. Desde entonces vive en un blog —un lugar parecido a la infancia donde son plausibles los sueños—. A diario retorna y nadie se da cuenta que se ha evadido del mundo.

Miopía deífica


Y Dios preguntó a Caín: «qué has hecho». Y Caín le respondió: «acaso no lo has visto, para qué me preguntas».

Primicia


El alquimista ofreció una conferencia de prensa para desmentir que su cometido fuera el de transmutar metales en oro. “Buscamos la Piedra Filosofal para licuar el tiempo y sublimar los sentimientos hasta hacerlos cristalizar”, dijo. Y luego desapareció.

Veredicto


El juez dictó sentencia: la pena fue proscribir la alegría.

Anatomía de la palabra


Hablaba hasta por los codos. Sus conversaciones estaban articuladas entre la flexión y la reflexión.

Cuentos contra la Navidad




Paparruchas

Llegaron tres fantasmas. Ninguno traía incienso, ni mirra, ni oro. La fastidiamos —gritó el viejo Scrooge—. Seguidamente escribió a Dickens. Señor escritor: desearía que en sus cuentos de Navidad me otorgara otro tipo de protagonismo.




Muerte en Navidad

No murió de frío ni de hambre, prefirió la gula.




Regalo envenenado

Esperó toda la noche con un cuchillo junto al árbol de Navidad. Esta vez no estaba dispuesta a que la timaran como en años anteriores.




Conflictividad

Odiaba tanto la Navidad que llegó a provocar una crisis de gobierno.




Blanca Navidad

Bajo un cocotero, tumbada a la orilla de un mar azul maya, Blessing Mouoga lloró porque la Navidad era un fraude para ella que nunca vio nevar.




Inocentada

Anduvo muerto toda la eternidad y como broma volvió a la vida.




El muñeco diabólico

Nadie supo cómo había llegado hasta el árbol de navidad ese regalo pero el muñeco tenía la misma cara del tío Federico, desparecido un año antes mientras viajaba por el territorio amazónico de los Shuar.




Belén hiriente

Papá Noel ingresó en área hospitalaria de Observación con un crucifijo clavado en el ojo. Tras pedirle su tarjeta sanitaria el enfermero le preguntó si le dolía alguna parte del cuerpo.




Nochevieja

A pesar del jolgorio acordaron, en nombre de lo correcto, llamarla noche de la tercera edad.




Migraciones

Dijo una voz celestial: quien esté tirado en la carretera o en un aeropuerto que pase un feliz año nuevo.




El espíritu de la Navidad

Jesús es una persona sin hogar desde hace una década. Estas noches, por eso del frío, dormita en el portal de Belén.




Moco de pavo

En cuanto cruzó la mirada con el animal lo supo, este año el pavo estaba resfriado.




El emisario

El cartero real visitó el poblado de chabolas y recogió las misivas de los niños. Cuando los Magos de Oriente las abrieron todas estaban en blanco.




Lotería de El Niño

Todos los años sorteaban por estas fechas un lote de infantes huérfanos del tercer mundo.




La tortura

Tras maniatar y amordazar a sus padres Natalia los torturó hasta la extenuación. Luego la niña de diez años los interrogó con agresividad y mientras los amenazaba con un cuchillo les dijo: confesad la verdad y decidme que los Reyes Magos existen o de esta no escapáis vivos.




Mágica infancia

Llevaba varios años en el paro cuando lo contrataron para que, durante las fiestas navideñas, hiciera de rey mago en un centro comercial. Después de haber dado consejos a más de tres mil niños y posado para el recordatorio fotográfico, una pequeña le preguntó: ¿no crees que deberías buscarte un trabajo en vez de estar aquí todo el día sentado?




Pesadilla después de Navidad

Soñó que habían acabado las rebajas de enero y al despertar supo que no existía el Corte Inglés.



Salida



Cerrado el Paraíso, la gente encontró en los bares un sucedáneo. Las tabernas del mundo desde entonces se llamaron Babilonia.


Forense



A fuerza de practicar la autopsia a las palabras descubrió, en sus cadáveres, claros síntomas del atrofiado pensamiento humano.


Vagabundos


Al salir de casa se topó, sin quererlo, con un rhinovirus que deambulaba por la acera. Tenía un aspecto lamentable. En un acto de humanidad le dijo se cuidara que tenía mala cara. “Márchese a casa, métase en la cama y descanse”. Enfadado, el rhinovirus se revolvió contra él y lo colonizó.

Para la fiebre alta y los estornudos el médico le ha mandado paracetamol y tomar mucho líquido. Un alma caritativa le prepara infusiones calentitas de miel con limón. Contra la ingratitud, nada. Curarse, si acaso, y caminar de nuevo.

Cuentos mínimos

Deporte de riesgo

Los dedos de la mano izquierda sobre la asdf y los de la derecha encima de la ñlkj y comenzó la gran aventura.

Milhojas

Hay otros cuentos pero están en éste.


Violencia verbal

El gerundio ofuscado me quiso golpear con su terminación. En ese momento imploré a Valle Inclán y concluí el cuento.


Lunación

Me pone una media luna —le dijo al camarero—. Y esa noche hubo cuarto menguante.


Amor húmido

Un argonauta encontró a una sirena y le prometió su amor. La sirena pensó que era una buena oportunidad para cambiar a una vida menos húmeda. El tiempo, en cambio, no le dio la razón. Las lágrimas anegaron cada día de su futuro.

Cuentos en miniatura

Claustro

Cada noche el hombre leía el libro bajo la luz de la farola y cuando lo cerraba concluían los sueños.


Fuga de cerebros

Dejó de pensar en el preciso instante que, cautivado por una idea seductora, huyó con ella.


Extravío

Tenía que dar un recital de poesía y perdió la erre por el camino. Fue una tarde de versos gangosos.


Seguridad gramatical

Los artículos personales serán escaneados en los aeropuertos.


Pizarra mágica

El profesor escribió en la pizarra la palabra ‘coloide’. Al girarse hacia la clase todos sus alumnos habían desaparecido.


Mantis amorosa

Lo besó y nunca más se supo.


El narrador pigmeo

Fue un escritor con muchos textículos.


Cuento predador

Devoró al lector.


Egoístas

Tenía tanto ego que le resultaba imposible soportarse a sí mismo y le disparó al espejo.


Ocultación

La pelota dibujó una hipérbola en cielo hasta que tapó el sol y se produjo un eclipse de fútbol.


Declaración de finales

Llegó el juez y dijo: «que se levanten los condenados a muerte». Y toda la humanidad se puso en pie.


Embebimiento

Le pidió un ratito de ternura sensual. Ella lo abrazó entre sus pechos y él desapareció.


Noctívagos

No dejaron de amarse durante toda la noche y cuando amaneció supieron que no existían.

Ficción súbita

Un punto final

En su blog publicó una frase de su autor favorito y cuando éste la leyó se suicidó.



Paladar

Degustaba un exquisito concierto de música hasta que una fusa se le clavó en la garganta y estuvo a punto de morir ahogado.



Indecisa

El hombre del semáforo le parpadeó varias veces consecutivas y, por una vez, ella supo que podía pasar al otro lado de su vida.



Quisicosa

Escribió un cuento incomprensible y lo dio a leer. Todos entendieron el final menos el autor.



Empuje hidrocéfalo

Por comprobar el principio de Arquímedes, sumergió su cabeza en la bañera y comprobó que el mundo se inundaba de ideas mientras él se ahogaba.



Heroína

Lo mató con la mirada.



Cuento apócrifo de Navidad

La niña de los fósforos encendió una a una todas sus ilusiones hasta agotarlas y se volvió escéptica. Al final se levantó del suelo y reclamó las condiciones a una vida digna y el reparto por derechos de autor de Hans Christian Andersen.



Microcuentos



Cantos de sirena

La sirena sonó y Ulises ingresó en la UCI.



Erudito

Hablaba siempre en pasado. La mayor parte de su vida la dedicó al estudio de las lenguas muertas.



Inmolación

Miró el expositor de arriba abajo y de izquierda a derecha con ojos anhelantes. Luego dijo: «dame un pastel... aunque me muera.»



Glaciación

Al descongelar el hielo de su frigorífico se quedó helado pero, después de muchos años, volvió a sonreír.



Cuchillo

Se hirió con sola una palabra.



Flechazo

Se enamoró de una ecuación de segundo grado pero su amor no tuvo solución. Nunca supo despejar la incógnita que había en su mirada.



Diógenes

El diagnostico del médico fue claro: «tiene usted una tos perruna».



Spot

El mejor microcuento del mundo, próximamente, en este lugar.



Anticuento

Quiso contar el mejor microcuento del mundo y fracasó.



Lecturas escogidas

Dijo: «No fui yo». Y cerró el libro.

Pésame

Fue a dar las condolencias a un conocido por el fallecimiento de un familiar. Al acercarse a la casa vio la mesilla con el libro de firmas y las sillas en la puerta. No era una tarea grata pero había que cumplir. Fuera no había nadie y pensó que quizás era muy pronto o muy tarde. La puerta de la calle estaba abierta pero en el recibidor las sillas permanecían vacías. Tampoco se escuchaba ningún ruido que advirtiera de la presencia de gente en la casa. Se extrañó y dudó si entrar o marcharse para regresar después, pero se dijo que ya que estaba allí no era cuestión de volver otra vez. Entró con parsimonia mientras buscaba con la mirada la presencia de alguien en la vivienda. El velatorio estaba vacío. Su olfato lo orientó hacia el olor a crisantemos, gladiolos y lirios que emanaba desde una habitación al fondo de la casa. Durante un instante estuvo desconcertado sin saber hacia dónde ir, pero se decidió y llegó hasta la habitación donde estaba el féretro. El cadáver no estaba y en su lugar un cartel indicaba: «ni vivo ni muerto». Sintió un repentino escalofrío y se marchó. Caminó molestó durante un rato porque consideró inútil su acción y, sobre todo, se sintió frustrado por no haber podido dar el pésame a nadie.


Cuentos minúsculos

Epidemia

Era un ser tan aprehensivo que tras conocer, por las noticias, la propagación del virus de la gripe porcina, no admitió más comentarios en su blog que provinieran de México.



Borrado de memoria

Funes el Memorioso un día visitó al doctor quien, tras un completo reconocimiento, le diagnosticó hipertrofia de la memoria eidética. Un tratamiento de choque acabó con su enfermedad y Borges hubo de borrar su cuento.



Certamen

Soñó con ser el ganador del concurso y al despertar supo que él era el premio.



Ignorado

Después de hablar largo tiempo solo notó que nadie le escuchaba.



*

Vivió libre, sin paréntesis. No hubo forma que encontrara una nota que le llamara la atención.



Plagio

Fiel a su estilo no hizo otra cosa que copiarse a sí mismo. Fue denunciado por la sociedad de autores.



Familia lectora

Poseía una gran biblioteca en la que pasaba muchas horas. Se encerraba rodeado de libros para empaparse de sus conocimientos como en un proceso osmótico. Un día desapareció dentro de ella. Desde entonces, la búsqueda de su familia es exhaustiva en el estómago de cada página escrita.



Relator

Presentó su obra a un concurso de relatos sobre depilación láser y fue descalificado por no tener un pelo de tonto.




Alcoholismo

Embriagado de palabras vomitó una novela.




Conclusión

Siempre le gustaba decir la última palabra y ese fue su fin.



Antípodas

Las dos últimas personas que habitaban la Tierra estaba cada una al otro lado del planeta. Las dos comenzaron a viajar en la misma dirección en busca del remitente de un email que quería dejar de estar solo.


Borrado

Comencé a escribir este comentario y lo tuve que borrar porque me pareció tan horrible la idea de avanzar por el reglón imaginario de la pantalla del ordenador que sentí vergüenza propia de lo escrito y avance en sentido inverso a la escritura con la tecla ‘Supr’ hasta que todo se quedó en blanco como ahora



Pájaro imperial

El poeta saludó: «ave césar». Y el emperador voló.



Sublimación de la ternura

Había una lágrima en tu mejilla que, al rodar, cristalizó.



Rotación

Facundo no dio la vuelta al mundo sólo giró sobre sí mismo.



Mendigo

Aquel hombre sentado en el suelo de una calle céntrica, mugriento y pedigüeño, no quería dinero. Escrito a mano, con trazos de ansiedad, sobre un trozo de cartón se podía leer: dame tiempo.

Minificciones


Hiperhidrosis narrativa

Lo escribía todo al pie de la letra y, en consecuencia, los suyos eran unos textos muy sudados.



Paranomasia

El Flautista de Hamelin hizo sonar su flauta y todas las erratas le siguieron hasta ahogarse en el río de los correctores. Y nunca más hubo textos con errores. 



Concierto de nada

Pasó una melodía y le arrancó el alma. Desde entonces un concierto de silencios corona su corazón.



Desperezada

Al despertar comprobó que esa noche había perdido su bostezo. Sus amaneceres, desde entonces, carecieron de fuerza para expulsar el hálito dañino de los malos sueños.



Rectitud

Te voy a poner más derecho que una vela —le dijo la mamá mientras lo doblaba a zapatillazos.



Idus de marzo

A pesar de cuidarse con esmero de los Idus de marzo la daga de Servilio Casca no pudo evitar cortar el cuello de Julio César.



Entrega a domicilio

Era un paquete de células, hormonas, humores y otras piezas materiales. Lo fue ensamblando día a día, con amor con entusiasmo, hasta que le creció una hija sin saberlo.



Tareas domésticas

Ninguna arruga arruinaría su vida. Junto a las sábanas de hilo y la ropa interior de algodón tenía planchado a su nuevo maridito.



Desengaño

Quiso saber qué había después de la eternidad. Miró en el reflejo de su divinidad y halló la inexistencia.



Primer candor

La primera inocencia descubierta fue que ir a ver el cine de las sábanas blancas era ir a la cama a dormir. Sin embargo, a pesar del enfado, era ir al cinematógrafo de los sueños.



Decepción 

Al final del túnel no hubo luz.



Historias de náufragos

Comenzamos a nadar, lentamente. Si darnos cuenta nos alejamos de la orilla. Ya distantes y apartados de la luz de Alejandría, aferrado el uno al otro, zozobramos y nos ahogó el amor.

Cortazianas



Apoyaba mi barbilla en el cañón del CETME cuando el parte me sorprendió en una garita, mientras hacía guardia, y me revoleó contra la pared. Fuera llovía con la mansitud que sólo puede hacerlo en Galicia, donde la acuosidad es tristísima y delectante. Dentro de mí también, igual, comenzó a llover y no escampió en muchos días.
Aún era de noche pero sabía que amanecería en poco rato y, entonces, el día tendería a empeorar dado el espesuramieto de la noticia que la radio había dejado en mis oídos. Lentamente el paisaje urbano comenzó a metalizarse de azul. 
Era mi última guardia. Al salir fui a mojar las magdalenas en la tristeza de aquel desayuno de febrero antes de ir al barracón. En el cuerpo de guardia aflojé el cinturón y dejé las municiones y el fusil en la armería como quien deja media alma en su camino. Al llegar la camareta estaba vacía. Vacía inoportuna y ofensivamente. Se me cuajaron los claros de los ojos como quien llora pero sin lagrimear y comencé a escuchar un murmullo de voces en la soledad de la sala. La luz saltaba desde la calle general Alesón como queriéndose comer la húmeda penumbra. Fuera, la mañana llúvida aceleraba su ritmo de vida urbana y niños volantones iban a la escuela aferrados a sus madres. 
En Argentina engrupir significa hacer creer una mentira. Eso quizás fue lo que pasó en el boletín informativo del 12 de febrero de 1984, rumié pensante, mientras hacía el cambió de guardia. Su muerte era una falacia porque los inmortales nunca fenecen. Morimos nosotros antes los acontecimientos que nos aconseja nuestra funda existencial de mortales, igual que los gusanos de seda que abandonan su ovillo vital y se transforman en sueño alado. El belgicano continuaría con su gargarizar de erres, flaco y barbado auditor de jazz. Una fama y un cronopio marcharon, cogidos de la mano, a coleccionar palabras heterogramas.
Años más tarde me senté sobre una fría lápida de mármol blanco que cubrían rosas marchitas en Montparnasse. Encendí un cigarrillo y decidí contarle lo mal que lo pasé en aquella última guardia. Sé que me escuchó no más.

Diagnosis



Tras el último escáner le diagnosticaron un tumor irremediable. Era un cáncer terminal que pronto lo devolvería a la vida.

Encuentro en la primera fase


Un hombre de neandertal y un homo sapiens se encuentran hace 40.000 años en la península Ibérica. Después de mirarse fijamente a los ojos mantienen una conversación.

N-¿Vienes de lejos?
HS.-Llevo andado miles de años hasta llegar aquí.
N- ¿Estás cansado?
HS- No. Todo lo contrario, me siento pujante y lleno de energía. Dueño del futuro y de este mundo.
N- Eres optimista. Yo en cambio sé que no veré el futuro.
HS- No lo verás; te extinguirás antes.
N- ¿Y no te da miedo tanta responsabilidad, ser la especie que domine la Tierra?
HS- ¿Miedo? Me espera una vida apasionante llena de evolución. Inventaré la escritura, dominaré el fuego, practicaré las artes y cultivaré las ciencias. Descubriré el Universo que nos rodea y el átomo. Viajaré fuera del planeta.
HS- También inventarás a Dios y conocerás la muerte. Matarás de manera intensiva e indiscriminada. Acabarás con los recursos de este mundo y con otras especies y te adueñarás del planeta.
El homo sapiens bajo la mirada y meditó un momento.
HS- Tienes razón, hermano. Quizás yo tampoco tenga futuro.
N- Entonces no parece tan bueno ni inteligente este diseño.
HS- Tú déjame que pensar es lo mío.

Castillo de naipes



Lu-Chi Ai-ti acudió al gran maestro para que le aconsejara sobre las adversidades que el destino, a veces, depara.
–Sabio anciano –interpeló–. Si después de colocar con trabajo y esmero cada pieza importante de mi vida, el infortunio se empeña en derribarlo todo como si fuera un castillo de naipes, ¿debo abandonar toda empresa y rendirme a la indolencia?
El anciano lo miró, extendió sus manos y cerró sus párpados. Permaneció callado durante un tiempo que a Lu-Chi le pareció eterno. Luego dijo:
–No eres tú quien contiene a la existencia dada sino ella quien te contiene a ti. Tú eres ese destino que se derrumba en un instante y quien al acto debe levantarse. No te abandones a la suerte porque tú eres el azar mismo de esa carta caída y levantada hasta la eternidad.

Escriturar



Comenzó a escribir su vida y contó, con pelos y señales, cada detalle. Perfeccionó su método y acabó por anotar cada segundo de su existencia. Necesitaba otra vida para escribir su vida sin apreciar que la escritura de sus hechos era la experiencia misma de vivir.

Salto al vacío



Sentado al borde del vacío esperó que no pasara nada y saltó sobre él. Se bajó de la cama y empezó a transitar el día. El sueño lo había traído del futuro y el futuro no iba a volver al pasar.

Historia de un corazón vidriado



El corazón es como un vidrio puro –me dijo-. La primera vez que un desamor rompe el cristal, la fractura parece irreparable. El tiempo la une pero la cicatriz permanece indeleble. Después llegan más amores que lo agrietan de nuevo. Nuevas fisuras que con paciencia es necesario volver a soldar.

Así aquel espejo bruñido y de una pieza es, al final, igual que un diamante con muchas caras. Y cada una refleja el destello de los amores vividos por ese corazón.

Radiografía



–Hoy me noto raro.
–¿Qué te sientes?
–Eso es que no me siento nada. Ningún dolor, ninguna molestia.
–Deberías ir al médico y pedir un volante para el radiólogo.
–Sí y que me escaneen el alma.


Amor ‘fou’



En el hormiguero hay una pareja que hace el amor todas las tardes después de ducharse. Primero se lava él y a continuación lo hace ella que es quien limpia la ducha. Es una hormiguita que pasa desapercibida en la inmensidad de la urbe mirmecológica pero llena de encanto y con una bonita sonrisa. Su belleza es hiriente y refinada. Le declararía mi amor si no fuera entomólogo.

Ola de calor



A Isabel y Pablo les sobrevino un problema con la ola de calor: los niños se les derretían como una bola de helado en el Sahara.
–Qué hacemos con los niños en verano –exteriorizó Pablo.
–Meterlos en el congelador del frigorífico y sacarlos en septiembre –resolvió Isabel.
Dicho y hecho. Los pequeños fueron trasladados a la cámara frigorífica y allí quedaron almacenados entre los calamares a la romana, las alitas de pollo, los aros de cebolla y la tarta al güisqui.
Ese fue el verano más feliz para Isabel y Pablo desde que ambos descubrieron, hacía algunos años, que la luna llena de agosto argentea las arenas de las playas para convertirlas en fecundos lechos amorosos. Viajaron al extranjero, visitaron a los amigos, frecuentaron antiguos bares y descubrieron lugares nuevos. Fueron unas vacaciones exquisitas sólo parecidas aquellas otras eternas de militancia veinteañera.
Pero pasó el calor y se marcharon las moscas y los mosquitos, retirada que anunciaba el momento de descongelar a los chicos.
Sabido es que el calor dilata los cuerpos aunque no se ha llegado a comprobar nunca con certeza si esa expansión corresponde, igualmente, al espíritu. Una discusión, sostenida por los sabios de la antigüedad, argüía que el alma menguaba en unos gramos.
Tras la aclimatación de los cuerpos, Isabel y Pablo pudieron comprobar un fenómeno curioso en sus retoños: se les había encogido la actividad mental. Algo que les incapacitaba las habilidades para el manejo de las nuevas tecnologías y el consumo de chucherías.

Desdoblamiento


Llamé a mi casa y me contestó mi voz.
-¿Sí? Dígame.
-Soy tú le dije.
-Me gasta una broma o qué.
-¿No me reconoces?
-Mire no tengo mucho tiempo que perder. O me explica lo que quiere o le cuelgo.
-No te pongas en ese plan de situarte en un plano superior que te conozco.
-Usted a mí no me conoce de nada.
-¿Cómo que no? Te conozco cuando te levantas por la mañana maldiciendo el hecho de tener que ir a trabajar; cuando te impacientas en los atascos; cuando te exaltas porque alguien se demora haciendo la compra, mientras tú esperas… ¿Quieres que siga?
-Vale, no siga usted. ¿Qué quiere venderme? ¿Es una nueva oferta telefónica, libros, algo a plazos? ¿O se trata de una encuesta camuflada? Le aseguro que si es algo de alguna confesión religiosa hemos terminado de hablar.
-No vas a cambiar nunca, siempre te precipitas sobre las cosas.
-Hombre, encima me da consejos de comportamiento. Dígame qué quiere.
-Quiero que reflexiones sobre tu vida.
-Eso es muy metafísico.
-No eso es muy real. Piensa a qué dedicas tu tiempo.
-Lo dedico a aquello que me veo obligado a hacer y, cuando puedo, a lo que me gusta.
-Pierdes el tiempo en cosas absurdas: escribir, Internet, en especial esas dos cosas juntas, bajar al mar, hablar con los amigos, intercambiar afectos, dedicarte al tiempo inútil de la meditación, leer, poner un acento escéptico y pesimista a la forma de ver el mundo…¿Crees que por ahí vas a llegar a alguna parte?
-No lo sé. ¿Si usted me dice dónde hay que llegar?
-Podrías replantearte tu modo de vida. Antes no eras así.
-Me parece que es un poco tarde para cambiar las cosas. Además ya no recuerdo como era antes.
-Inocente, espontáneo, combativo, enamoradizo, libre.
-También cabezota, inconsciente, irresponsable, indolente con los que me rodeaban.
-Pero ahora eres demasiado metódico y ritualista. El pragmatismo se ha apoderado de ti y no haces nada que no tengas programado.
-Se me escapa el tiempo.
-Por eso, no echas de menos el cometer más errores, correr más riesgos. Hacer más tonterías. Jugar como un niño.
-Siempre me faltará aquello que no tengo pero lo que no tendré nunca será otra vida para repetirme.
-Por eso come más pasteles y bebe más vino. Ten más complicaciones reales y menos problemas imaginarios.
-Mi realidad imaginaria tiene tanto peso como el mundo físico. Sin uno no podría vivir en el otro.
-La vida está hecha de momentos. No hay que dejar escapar el ahora.
-Vivir es un momento. Ese es mi ahora.
Al colgar pensé: esta es la última vez que hablo con un desconocido.

Beso con lengua


Me contaron una historia que me pareció increíble. Tras una noche en una discoteca donde conoció a una chica con la que tonteó, Lucio despertó a la mañana siguiente con una extraña sensación. Sudoroso y aturdido se levantó de la cama como desenmarañándose de un ovillo sueños.
Detalles imprecisos de la madrugada fueron tomando cuerpo en su mente. Primero vino un rostro de chica con facciones redondeadas. Luego una mirada líquida donde se sumergió toda la noche hasta casi ahogarse. Recordó que la joven vestía una camiseta con una definición: ‘100 % mala’. Y haberle pedido su número de móvil, algo a lo que ella se negó. Pero sobre todo aún saboreaba aquel beso con lengua que fue como una descarga eléctrica y lo dejó anonadado.
Se preparó un café para espabilarse y poner en orden sus ideas. Bajo el paladar notaba una picazón que pensó se debía a la bebida. A pesar de la aventura se sentía abrumado por una idea: no sabía cómo poder localizarla. Días después volvió sobre sus pasos, regresó a la discoteca, pero nadie le dio norte de ella.
Los días pasaron y aquella sensación de flotabilidad perdió su fuerza como una gaseosa destapada. Lo único que permanecía de la referida noche era aquel hormigueo en su lengua: una sensación como cuando pones la lengua para comprobar si una pila eléctrica está cargada y notas el picor de la corriente. Las semanas transcurrieron pero la molestia bajo su lengua no.
Fue al médico para que lo reconociera. Tras un primer vistazo el doctor advirtió una marca como de cifras numéricas. Una lupa le ayudó a saber que se trataba de un dígito de nueve cifras. Lucio comprendió entonces.

Inconveniencias

Hace tiempo que no tomo el sol. Hace tiempo que no leo nada ni voy al cine. Reconozco que, últimamente, tengo poca vida social. Aunque me he acostumbrado a mi nueva posición echo de menos salir a fumarme un cigarrillo. No sé por qué no dejan fumar aquí dentro, de todas formas estoy solo. Mientras estuve moribundo debería haber previsto esta situación y reclamar que los muertos tienen derecho a una vida digna.
Eso sí, la humedad me está matando.

La visita

Toc-Toc
—¿Se puede?
—Adelante.
—Buenas. Tiene usted un ‘blog’ muy curioso —le dijo—. Aunque se le ve un poco solitario.
—No tengo muchos vecinos, no. Tampoco viene a visitarme mucha gente. Es cierto. Pensé bautizarlo como ‘La estepa rusa’ o ‘El mar de la serenidad’. Pero no me quejo. Lo mantengo abierto porque me gusta venirme aquí un rato por las tardes o de madrugada, cuando parece que todo el mundo se calla. Algunas noches, miro hacia fuera y veo como un humillo blanco que se eleva de los edificios. Son los sueños que la gente tiene. He fabricado una máquina que captura ese humo y los traduce. Luego las traducciones las suelo colgar entre estas cuatro paredes.
—Entonces ¿es una bitácora para soñadores?
—Bueno más bien para ilusos que dicen algunos.
—De ilusión también se vive.
—Sí, esto a veces parece una ilusión, otras no.
—¿Cuándo parece más real?
—Cuando se presenta gente como usted y charla conmigo, así en plan amistoso.
—Lo cierto es que no tenía nada que hacer. Si no igual paso de largo. Ya le digo que como no tiene mucha parafernalia, ni dibujitos, ni fotos. Ni tampoco nada de sexo con lo que llama la atención, ni de política que pica mucho a la gente. Podía poner algo… unos enlaces luminosos, una radiografía de su esqueleto o, que le digo yo, una oferta: una entrada para un espectáculo al que deje un comentario. Puede sobornar a esos que hacen listas de ‘blogs’. Dicen que si pagas algo te suben de posición.
—Déjelo es igual.
—Hoy he leído en Internet que cada día nacen cien mil nuevas bitácoras. Son muchas ¿no? A este paso va a ver superpoblación. Cada 230 días se duplica su número.
—Sí, cada día somos más pero hay mucha diversidad. También una profusa repetición. Ocurre igual en el Universo: millones de estrellas formadas con muy pocos elementos.
—A este paso se convierten ustedes en el quinto poder.
—Ese análisis lo hacen los optimistas o quienes son arte y parte de este negocio con unos intereses muy concretos.
—¿A quién le teme más?
—A los segundos. Son los gurús de la blogosfera y engañan a la gente.
—Parece usted un descreído.
—No me gusta meterme con nadie, pero no puedo dejar de ser escéptico. Detrás de un juicio así hay intereses concretos.
—La verdad que para mantener esto abierto hay que estar sobrado de tiempo. Tengo un amigo que dice de ustedes, los bitacoreros, que tienen mucho tiempo libre y por eso se dedican a este asunto.
—Bueno es un sambenito que nos han colgado como otro cualquiera. Pero mantener esto limpio y ordenado lleva lo suyo, no se crea.
—También alimenta el ego una barbaridad, que hay cada uno por ahí…
—No, si tiene usted razón. Pero yo la verdad no soy ambicioso, es para echar el rato y matar el tiempo.
—¿Ha matado mucho tiempo ya?
—Alguno, no se crea. Ve esos sacos amontonados en aquel armario. Es tiempo muerto que he ido matando aquí.
—Pues sí que… ¿y es difícil matarlo?
—Cuando más me cuesta es en las noches de insomnio. No hay forma.
—Se le ve cansado de esta vida.
—Más que cansado de vivir estoy exhausto por lo vivido.
—¿Se viene conmigo?
—¿Dónde iremos?
—Lejos.
—¿No podré regresar?
—No.
—¿Podré construir otra bitácora allí donde vamos?
—Lo desconozco.
—¿Es usted la ignorancia?
—Soy la primera duda y la única resuelta.

El jersey de lana


Esta mañana he tenido que tirar el jersey de lana. Lo metí en la secadora y ha encogido. No me gusta despedirme así de las cosas a las que le tengo cariño. Lo había echado a lavar porque se me manchó el día anterior cuando después de comer decidí echar un polvo con mi novia y al final salió salpicado. Lo del polvo fue porque al final de una cinta de vídeo había quedado grabado un trozo de película porno y nos animamos. La noche anterior dejé el vídeo preparado para grabar un programa sobre la evolución de la vida en el planeta Tierra. Lo había visto anunciado en el periódico del día que alguien se dejó olvidado en el metro. Nunca cojo el metro pero tenía prisa y el autobús tarda una hora en llegar. Ese día salí de trabajar un poco más tarde de lo habitual porque mi compañera de oficina se empeñó en demostrarme cómo funcionaba una nueva versión de un programa de ofimática. Nunca me puedo negar a lo que ella me pide; es siempre tan atenta. En mi último cumpleaños me regaló un desnudo de su cuerpo y lo que llevaba puesto que era el jersey de lana.

Caperucito Feroz y la Loba Roja



Este es un cuento a favor de la igualdad de género, en defensa de la coeducación y por un mundo donde los personajes de los cuentos populares cambien sus roles. Por ello Caperucito Feroz se convirtió en un personaje controvertido dentro de los cuentos clásicos, no sólo porque cambió de género al protagonista sino porque además asumió propiedades de su antagonista, el cual pasó a llamarse la Loba Roja.

Pormenorizados dichos asuntos, puede comenzar el proceso narrativo que desarrolla este cuento, a la espera de que no existan otras interferencias que lo impidan. En especial, pienso en algunas que cuestionan el principio de autoridad del narrador y que pudieran derivar en una mala historia.

Había una vez un niño hiperactivo. Su padre, que quiso ser padre soltero, le había hecho una capa con caperuza para los días de lluvia y el muchacho la llevaba tan a menudo que todo el mundo lo llamaba Caperucito. Lo de Feroz vino después por lo cruel de la historia.

Un día, su padre le pidió que llevase unos pasteles a su abuelo que vivía al otro lado del bosque. El abuelo era diabético, pero al padre de Caperucito le urgía cobrar la herencia, para lo cual ingeniaba estratagemas de cómo cargarse al viejo siempre abocadas al fracaso. Le recomendó que no se demorase en el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, no para él sino para los pobres animalitos que el niño mataba por el camino y, sobre todo, por la Loba Roja, una especie protegida por las leyes en peligro de extinción y que si el niño lastimaba el padre debería pagar una cuantiosa multa.

Caperucito Feroz se encaminó hacia la casa de su abuelito con la cesta llena de pasteles que, esta vez, eran sin azúcar. Antes el niño tenía que atravesar el bosque, un lugar siempre ejemplarizante por los personajes y las escenas que encontraba a su paso. Allí aprendió a diferenciar entre las relaciones sexuales de los humanos y de los animales, el porqué estaba de moda la piromanía, la caza de especies en vías de extinción y lo divertido que era disparar con gomero a todo lo que se moviera. En el bosque estaba como en su casa.

De repente vio a la Loba Roja que hacia régimen de adelgazamiento y estaba un poco esmirriada.

— ¿A dónde vas, loba? — le preguntó Caperucito con los ojillos vivos de niño que prepara una travesura.

— Hago ‘footing’ para adelgazar — le dijo a Caperucito.

— Cada día estás más flaca. Da asco verte — le soltó el niño.

— Y tú Caperucito dónde vas tan guapo.

— Voy a casa de mi abuelo a llevarle unos pasteles con arsénico que le ha preparado mi padre y que el viejo no se comerá porque sabe que mi padre anda detrás de la herencia. Y después jugaré a la ‘Game Boy’, pero cuando vuelva te preparas, anoréxica.

Caperucito puso su cesta en la hierba y comenzó a coger setas venenosas y pensó: «ahora tengo que quitar de en medio al abuelo para que no me mande mi padre más a cuidarlo. Todas las tardes tengo que venir a atenderlo y me pierdo echar un partido de fútbol con mis amigos».

La Loba Roja se marchó sin decir nada, pero imaginó que tanto Caperucito como su padre, cada uno por su cuenta, lo que pretendían era matar al abuelo. Entonces decidió ir a avisarle de las intenciones de sus familiares consanguíneos. El abuelo escuchó a la loba y resolvió que fueran pareja de hecho la loba y él, además de desheredar al padre y al hijo.

Al poco llegó Caperucito y se quedó pasmado cuando vio al abuelo y a la loba abrazados. 

—Abuelito, abuelito, ¡qué haces con esa guarra!

— Niño eres un maleducado, hijo de la generación de Tarantino. Tú consideras que tienes todos los derechos y ningún deber, no tienes cultura y tu padre te ha malcriado dándote todo lo que le pides. Y además te crees que la vida es un videojuego.

— A mi padre se lo voy a decir. 

— No te alteres — dijo la loba al abuelo —. Las cosas se resuelven con diálogo, sin violencia.

Caperucito Feroz cogió el móvil e informó a su padre de las intenciones de la pareja. El padre cogió su escopeta de furtivo y se presentó al instante.

Aquí debería finalizar el cuento porque puestas, así las cosas, de seguir esto puede acabar como el rosario de la aurora o como una crónica de sucesos. Así que ahora, como narrador atribulado y cobarde, huyo de la escena y les pido, a ustedes, queridos lectores, que imaginen el final. O mejor que lo escriban.

Pie de foto

Alfredo había fotografiado, con su flamante cámara digital, cada segundo del tiempo de su existencia, cada detalle circundante durante los tres últimos días. Sus ojos no veían otra realidad que la revelada por el objetivo de su nuevo juguetito. Pero todo se precipitó la mañana que un aullido de su mujer le hizo salir del aislamiento fotográfico. Corrió hacia el cuarto de baño desde donde ella lo requería horrorizada.
—Mira un alien —le dijo. Alfredo sonrió.
—No es más que un insecto. Algo extraño, eso sí —le respondió.
—Pero se parece a alien.
—Las películas de ciencia-ficción copian el diseño de sus monstruos tras observar el mundo de los insectos —le detalló para sosegarla—. No te muevas que no se espante. Voy a por la cámara.
—Eso, lo único que te importa ahora es hacer fotos.
Alfredo volvió en un periquete y enfocó al extraño insecto con su cámara de 10 millones de megapixeles. Hizo un primer disparo y saltó el flash. Ocurrió entonces algo insospechado. Cuando el bicho recibió la luz de repente duplicó su tamaño. Se hizo mayor y cambió su forma.
—Oh! –exclamó.
—Arrrggg! —gritó ella con asco.
—Eso debe ser porque la luz aumenta la velocidad de duplicación celular —definió para apaciguarla. Existen microorganismos que al percibir un aumento de temperatura aceleran su cinética de crecimiento. Este debe ser sensible además a la luz.
Ante tal maravilla, Alfredo volvió a clicar su cámara. El insecto dobló su volumen y adoptó una nueva figura. Alfredo, perplejo y boquiabierto, separó la cámara de su rostro para ver el prodigioso acontecimiento. Su mujer corrió lejos del cuarto de baño para llamar al servicio de emergencias.
El asombro obligó al índice de Alfredo a disparar continuamente. A cada clic una nueva figura y un ser más colosal.
Al día siguiente fue portada de todos los diarios nacionales. Una foto retrataba una boca gigantesca y una negritud inmensa. Al pie se podía leer «La última foto de Alfredo». En el interior todo el reportaje.

Campeonato Mundial de Fútbol de placeta

La vida nunca volvió a ser tan feliz como aquellos días de verano cuando, desde la mañana a la noche, no había otra dedicación que la de jugar al fútbol sin más interrupción que la hora de la comida. Cierto que existían unas reglas y unos límites pero el resto era puro juego: el fútbol en su esencia. No había partidos sino desafíos, normalmente a diez goles.

Antes de empezar a dar patadas a la pelota había que escoger, un momento decisivo porque de ese hecho dependía la suerte del juego. O los equipos estaban equilibrados o el encuentro acababa antes de tiempo por retirada del contrario. Se escogía a pares o nones entre dos capitanes y siempre había disputa por llevarse los mejores elementos. El sorteo de campo se hacía lanzando una piedra plana al aire, mojada previamente por una de sus caras con saliva. Para comenzar el partido se daban dos botes algo que, con frecuencia, iniciaba la primera de las discusiones por la parcialidad del bote inclinado hacia uno u otro campo. A partir de ahí comenzaba el ‘zafarrancho de combate’. Cada gol se celebraba como una autentica victoria.

Las disputas alcanzaban incluso al seno de los componentes de un mismo equipo cuando, por ejemplo, había que lanzar un penalti. Ese lance del juego que todos los niños queríamos protagonizar. Pobre de aquel que lo fallara después de discutir con sus compañeros quien era el chutador.

Las normas más destacadas decían que penalti y gol es gol; que de portería a portería es una marranería (y el gol no valía); que no había fuera de juego pero quien marcaba los goles detrás del último defensa debería cargar con el descalificativo de 'ficharroscas'. Había diferentes faltas que provocaban discusión como la ‘mano-caída’, si la pelota tocaba el brazo mientras este se apoyaba en el suelo, mano involuntaria, agarrón, zancadilla o patada.

Al finalizar el partido el himno que entonaban los ganadores, para humillación de sus contrarios, venía a decir:

Hemos ganado
Una copa de meaos
Y se la han bebido
Los que han perdido.

Tarde de cine

Marcelo apenas contaba nueve años. Una mañana de domingo fue, con un grupo de vecinas mayores que él, hasta el cine para comprar unas entradas. Su corazón alborozado caminó por las calles llenas de luz y se emocionó ante la cita de la tarde cinematográfica al imaginar escenas de la película que vería. Llegaron juntos hasta a la taquilla del cine y cada uno compró sus localidades.
A la vuelta feliz como un niño que cumple su deseo decidió tomar un camino de vuelta a casa diferente al que cogió la pandilla de jovenzuelas que le acompañaban. Tenía tanta prisa por llegar que optó por acortar el camino y cogió un atajo.
Había dado apenas unos pasos cuando un chaval, algo mayor que él, interrumpió su caminar. El joven le preguntó qué era lo que se veía en las entradas que llevaba en la mano. Inocente desplegó las papeletas y se dispuso a leer las letras impresas. No tuvo tiempo a terminar la lectura. Los tiques volaron de sus manos.
Su alegría desapareció de repente. Rompió a llorar mientras intentaba alcanzar al ladrón que pronto desapareció en una encrucijada de callejuelas. Su desconsuelo fue a más igual que su llanto y, en ese instante, pensó que había hecho mal por abandonar el grupo de muchachas.
Un joven se acercó a Marcelo y le preguntó por qué lloraba. Tras contarle su desventura el joven que también regresaba de la cola del cine dijo conocer al pillastre, le pidió que se tranquilizara y lo llevó hasta su casa. Allí habló con una señora sobre el hurto de las entradas y la identidad joven que le había arrebatado las entradas. La mujer cogió a Marcelo por el brazo y echó a andar.
La ciudad entonces le sonó desconocida. Caminó por calles inéditas y vio gentes distintas. Turbado, quejumbroso, se lamentaba de todo lo que sucedía. Hasta llegó a inquietarle la señora que lo guiaba.
Al llegar a una vieja casa, la mujer interrogó a una joven que cuidaba un bebé, sobre unas entradas de cine, y ésta le señaló el alféizar de una ventana donde aparecían arrugadas. La chica contó que su hermano acababa de traerlas porque se las habían regalado. Recuperadas las papeletas la mujer lo acompañó hasta la cercanía de su casa. Aún temeroso corrió hasta su hogar.
Aquel día Marcelo aprendió, en una sola lección, no a confiar ni a desconfiar de las gentes o a recelar del azar. Marcelo aprendió a esperar lo inesperado.