Tarde de cine

Marcelo apenas contaba nueve años. Una mañana de domingo fue, con un grupo de vecinas mayores que él, hasta el cine para comprar unas entradas. Su corazón alborozado caminó por las calles llenas de luz y se emocionó ante la cita de la tarde cinematográfica al imaginar escenas de la película que vería. Llegaron juntos hasta a la taquilla del cine y cada uno compró sus localidades.
A la vuelta feliz como un niño que cumple su deseo decidió tomar un camino de vuelta a casa diferente al que cogió la pandilla de jovenzuelas que le acompañaban. Tenía tanta prisa por llegar que optó por acortar el camino y cogió un atajo.
Había dado apenas unos pasos cuando un chaval, algo mayor que él, interrumpió su caminar. El joven le preguntó qué era lo que se veía en las entradas que llevaba en la mano. Inocente desplegó las papeletas y se dispuso a leer las letras impresas. No tuvo tiempo a terminar la lectura. Los tiques volaron de sus manos.
Su alegría desapareció de repente. Rompió a llorar mientras intentaba alcanzar al ladrón que pronto desapareció en una encrucijada de callejuelas. Su desconsuelo fue a más igual que su llanto y, en ese instante, pensó que había hecho mal por abandonar el grupo de muchachas.
Un joven se acercó a Marcelo y le preguntó por qué lloraba. Tras contarle su desventura el joven que también regresaba de la cola del cine dijo conocer al pillastre, le pidió que se tranquilizara y lo llevó hasta su casa. Allí habló con una señora sobre el hurto de las entradas y la identidad joven que le había arrebatado las entradas. La mujer cogió a Marcelo por el brazo y echó a andar.
La ciudad entonces le sonó desconocida. Caminó por calles inéditas y vio gentes distintas. Turbado, quejumbroso, se lamentaba de todo lo que sucedía. Hasta llegó a inquietarle la señora que lo guiaba.
Al llegar a una vieja casa, la mujer interrogó a una joven que cuidaba un bebé, sobre unas entradas de cine, y ésta le señaló el alféizar de una ventana donde aparecían arrugadas. La chica contó que su hermano acababa de traerlas porque se las habían regalado. Recuperadas las papeletas la mujer lo acompañó hasta la cercanía de su casa. Aún temeroso corrió hasta su hogar.
Aquel día Marcelo aprendió, en una sola lección, no a confiar ni a desconfiar de las gentes o a recelar del azar. Marcelo aprendió a esperar lo inesperado.

2 comentarios:

Carpe Diem dijo...

Invitación a una gala por conocer,

Romeo debe morir.

romeodebemorir.blogspot.com

simalme dijo...

Qué bonito...no me sale nada más original, lo siento. Sólo que me ha gustado leerlo, un verdadero placer. De verdad.