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Al día siguiente, mañana de domingo, comenzaron a mostrarse un rosario de pequeños desastres en el hogar, como que el agua que ponía a hervir para tomarse una taza de té lo hacía en la mitad de tiempo que empleaba antes, de lo cual dedujo que o bien el punto de ebullición se alcanzaba a la mitad de temperatura o que la presión de la atmósfera había disminuido. Cuando fue al cuarto de baño a lavarse la cara descubrió como el agua que escapaba por el desagüe del lavabo giraba en sentido contrario al de todas las mañanas. En ese instante sonó el teléfono y creyó que era Marta que lo llamaba para saber que todo iba bien, pensando aliviado que por fin se podría librar de esa cadena de desastres que lo estaban atosigando y dudó si sería conveniente contarle lo ocurrido o esperar a su vuelta para no alarmarla. Descolgó el aparato y se lo acercó al oído pero del audífono no salieron palabras lógicas sino sílabas como sorteadas entre sí en una jerga de varios idiomas, y sobrecogido supuso que los enlaces telefónicos se habían vuelto locos estableciendo la conexión entre miles de palabras incompletas. Comenzó en ese momento un concierto de las máquinas que se encontraban en la casa. Parecía como si los electrodomésticos hubieran adquirido vida propia.

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