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Debía levantarse, continuar la lucha antes de que todo estuviera más oscuro, antes de que se hiciera más tarde. Aunque ya era tarde y, sin embargo, continuaba de bruces en el suelo con el relente que estaba cayendo y podía coger frío, ahora que el resfriado ya estaba curado. Anochecía de forma remisa y Venus lucía al Este, con las últimas lumbres del ocaso que tintaban el horizonte de añil. No entiendo como no han venido a ayudarme, no me habrán visto, seguro. Sino fuera por esta maldita flecha que me atraviesa el pecho caminaría hasta el campamento. Silbaré para que vuelva mi caballo. Es extraño pero nunca había visto un fulgor igual en las estrellas... Lucilia debería estar ahora conmigo. Todo permanecía en quietud y sólo los grillos rompían el manto de silencio. La Osa Mayor comenzó a tomar posiciones en el alto cielo y la última luz se esfumó, pero pronto estaremos en Roma, sino fuera por esta flecha fastidiosa. Ya puedo ver las techumbres relucientes de la ciudad y se aprecia el eco de las voces, allí están los ciudadanos romanos, las matronas y las cortesanas, las calles llenas de muchedumbre, el saludo a los soldados heroicos que defienden el imperio. El pueblo vocifera jubiloso mientras nos acercamos por la vía Sacra hasta el Capitolio para agradecer a Júpiter por su poder, a Marte por su protección, ¡Ave César! ¡Viva Roma! César Augusto nos aguardará erguido y saludará brazo en alto: ¡Viva el Imperio! ¡Arriba Roma, valerosos guerreros! En una tribuna me aguardarán impacientes, mientras termina la ceremonia, mis padres, mi hermano, el senador Juliano Caleno y Lucilia con sus padres y su hermano. Anco Marcio me estará señalando con el dedo ante sus amigos y les dirá, orgulloso, ese coronel es mi yerno, ese enhiesto jinete y valeroso soldado. Mamá estará nerviosa hablando todo el rato sin parar y al verme me dirá que estoy más delgado, que ahora lo que tengo que hacer es comer y reposar algún tiempo en nuestra villa de las afueras para reponer fuerzas. Papá Cornelio, con su voz ronca, me referirá lo contento que está de mí y me abrazará fuertemente. Todos querrán estrecharme entre sus brazos y besarme. Juvencio querrá que en un momento le relate, con todo lujo de detalles, como ha transcurrido mi estancia en tierras bárbaras. Lucilia solo me mirará. Me observará sonriente y yo veré en sus ojos toda la luz de la mañana. No dirá nada con sus labios rojos, pero me hablarán sus pupilas y me sentiré cansado, cansado... como ahora.

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