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Sentado en la taza del retrete, lugar donde suelen acudir las ideas más aclaratorias, recordó que en cierta ocasión leyendo una enciclopedia que narraba los grandes hitos de la creación, aprendió que el Universo se sustentaba sobre dos principios fundamentales como eran la energía y otro concepto algo abstracto que no llegó a comprender muy bien, llamado algo así como entropía, y que cualquier desarreglo de ellos produciría el término de la vida conocida y por ende la finalización del mundo. Esto unido a una vaga referencia bíblica que rondaba en su cabeza y creía del Apocalipsis, aunque no sabía bien si andaba en lo cierto, sobre que al final de los tiempos habría señales y signos que anunciarían que todo se había consumado, le hicieron cerrar el círculo de las hipótesis y concluir que el fin del mundo había llegado y que él era el único que se había percatado de aquello. Feliz con la iluminación acontecida tiró de la cisterna en un gesto definitivo y concluyente para avisar al resto de los mortales del descubrimiento y fue engullido por un torbellino de agua azulada en el día del arcángel san Rafael, mientras un ángel trompetista, algo blusero, anunciaba el final de este cuento.

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